Recientes análisis internacionales subrayan un avance neofascista y de otros extremismos de derecha en muchos de los gobiernos del viejo continente; advierten que aquel fenómeno no parece tener otro camino que su expansión hacia una América a la que siguen viendo desde una perspectiva eurocéntrica.
Otros planteamientos, relacionados a la situación política que viven los pueblos de Nuestra América, juzgaban que sucedía exactamente lo contrario, planteando que la llamada “ola progresista” no solo gozaba de buena salud sino que prácticamente las derechas resultaban ser expresiones casi marginales de nuestras sociedades.
Quizás la verdad pueda estar en un punto medio, partiendo de nuestras propias realidades latinoamericanas y caribeñas, profundamente autóctonas y de raíces diversas, aunque innegablemente influidas por visiones de otras geografías e intereses, tanto de Europa como estadounidenses, y en general atlantistas, neocoloniales e imperiales.
Resulta imprescindible apartarse de las generalizaciones en los análisis políticos regionales y, sobre todo, regresar al punto de partida del que se alejaron conscientemente muchos apologistas del reformismo progresista: la lucha de clases como motor de la historia, desdeñada como perimida o pasada de moda.
Vista entonces la situación como una confrontación entre las clases hegemónicas que han ido perdiendo gradualmente cuotas de poder en su esquema de dominación sobre las clases subalternas, aún a pesar de haber aceptado en algunos casos experimentos progresistas como esquemas temporales de estabilización capitalista, la disputa se traslada hoy al plano regional continental, donde juegan los intereses de la potencia hegemónica imperial en declive y su lucha por asegurar su reducto histórico, América Latina y sus recursos humanos y naturales.
En ese esquema, también los pueblos tienen algo que decir. El desarrollo de la conciencia de clase y la conciencia antiimperialista se muestra desigual en la región. Algunos avanzan heroicamente, haciendo frente a bloqueos imperiales, sanciones, agresiones, intentos golpistas y conspiraciones internas conservadoras, orientadas a impedir o entorpecer el camino hacia cambios estructurales y potenciales rutas antisistémicas.
Otros, profundamente sumidos en la narrativa de la antipolítica y la desinformación, caen víctimas de los más extremistas demagogos de la derecha.
En otros casos, la resistencia presenta altos y bajos pero no permite aún vislumbrar un resultado, muy a pesar de los discursos triunfalistas de la derecha mundial, ante el reflujo de masas que aún persiste.
Así como no es cierto que América Latina se tiñe de rojo, como aseguran algunos socialdemócratas cuyo horizonte ideológico, político y programático, no cruza jamás la resignada frontera del capitalismo, tampoco es cierto que el extremismo de derecha y su neoliberalismo salvaje llegó para quedarse.
América Latina y el Caribe sigue siendo hoy un territorio en disputa. Un frente de batalla, donde los pueblos debemos sacar conclusiones de derrotas y victorias, revisar la historia (esa misma que las derechas en el poder se empeñan en negar y hacer olvidar, porque reconocen su peligro), y de allí sacar enseñanzas valiosas para reforzar las resistencias, orientar y organizar las luchas, y adoptar estrategias victoriosas que no se limiten a la “dulce espera” de las próximas elecciones para empezar a pensar qué hacer.
El tiempo de lucha es hoy, y en él se gestan las victorias de mañana, demostrando así la falsedad de la teoría burguesa del inmovilismo, de que las cosas no cambian.
El signo de los tiempos son los cambios
A veces, en tiempos de oscuridad, cuando los enemigos del pueblo avanzan sobre las conquistas políticas y sociales en determinados frentes y países, aplastando vidas, sembrando desgracias, vociferando victorias y proclamando su permanencia “eterna”, pueden generarse percepciones incorrectas, dando la idea de que nuestros enemigos de clase son más grandes y poderosos de lo que en realidad son.
Sus líderazgos transitorios y siempre descartables (aunque las propias clases hegemónicas les hagan creer que en realidad son irremplazables) se esmeran hasta el ridículo para parecer “originales y exclusivos”, como sucede con la estrafalaria presencia de Javier Milei, que pretende equiparar su desaliño de mal gusto al de la imagen poderosa del rey de la selva, o el aún más ridículo y pretencioso usurpador salvadoreño, adoptando un “look” decimonónico.
Todo cuidadosamente planificado por asesores de imagen que buscan proyectar percepciones de superioridad, para robustecer la idea de imposibilidad de éxito de cualquier tipo de resistencia. El mensaje parece acercarse a aquella frase del Dante, “abandonad toda esperanza quienes aquí entráis”. Buscan precisamente eso, hacer perder esperanzas a los pueblos. ¿Esperanzas en qué? En la lucha, único camino a la victoria.
La historia reciente de México como lección para los pueblos
Ante los zarpazos feroces de fuerzas de derecha contra nuestros pueblos, combinadas con la permanente propaganda masiva que, en manos de las clases dominantes y los grandes conglomerados multinacionales, se encargan de hacernos creer que “así son las cosas y así quedarán”, tratando, por un lado, de quebrar la voluntad de lucha y resistencia de nuestros pueblos y, por otro, hacernos creer que lo que sucede es “voluntad popular”, es decir, que es el pueblo mismo el que ha elegido la medicina amarga de la miseria, la represión, el hambre, la profundización de las desigualdades, la injustica social, el suicidio, es necesario a veces dar un sano paseo por la historia.
Resulta de enorme utilidad la historia reciente del pueblo mexicano y su gesta por romper con la llamada “dictadura perfecta” y su prolongación, más allá de los gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), abarcando los de Acción Nacional (PAN), de Felipe Calderón y Vicente Fox.
Para comprender el sentido de este análisis será importante revisar la situación política electoral mexicana en 2017, rumbo a las elecciones federales de 2018, año en que ya se perfilaba el inicio de la decadencia de aquellos partidos que en la actualidad conformaron la alianza opositora PRI-PAN-PRD.[1]
En aquel momento, el llamado partido tricolor gobernaba en 15 entidades cuyo peso, medido en volumen de electores –40.7 millones de ciudadanos–, sumaba 48 por ciento del padrón electoral. Por su parte el PAN gobernaba 12 estados, que en conjunto sumaban 27.8 millones de ciudadanos, equivalentes, en términos electorales, a 31.3 por ciento del padrón electoral. El PRD encabezaba los gobiernos en cuatro entidades donde se concentraban 13.9 millones de electores, con el peso político que implicaba gobernar la capital del país.
Es decir que en 2017, las fuerzas que constituirían la coalición opositora de 2024, gobernaban 31 estados de 32 posibles. Hoy, esas mismas fuerzas controlarán seis: dos el PRI (Coahuila y Durango) y cuatro el PAN (Guanajuato, Chihuahua, Aguascalientes y Querétaro).
MORENA, que en 2018 apenas había conquistado sus primeros cuatro estados, y que para 2021 ya controlaba 21 [2], administrará 23 gobiernos estatales a partir del 1 de octubre de 2024.
El PRI, que en 1989 gobernaba TODOS los estados el país, se reduce hoy a dos Estados. Esta realidad se manifiesta también a nivel legislativo. El otrora poderoso tricolor tendrá poco más de una treintena de diputados, mientras que el único partido de izquierda, el Partido del Trabajo (PT), integrante de la coalición de gobierno, alcanza el hito histórico de 50 diputaciones en un congreso de 500 integrantes. El mismo PT, a nivel de municipios, alcanza otro record, gobernará aproximamente unas 200 alcaldías de las poco más de 2,000 en disputa. Así, la izquierda de la coalición gobernante presentará una bancada del 10% en el Congreso, y gestionará aproximadamente el 10% de todas las alcaldías del país.
Y es aquí de donde debemos extraer las lecciones. Frente a lo que la derecha nos grita cada día para confundirnos y hacer creer a los incautos que ha llegado para quedarse, la historia nos muestra que ante la lucha de los pueblos hasta los más poderosos se desploman, muchas veces en tiempos asombrosamente breves.
Esta lucha, recordemos, no fue en ningún caso solo electoral. Baste mencionar las luchas de calle, las movilizaciones, las batallas por la vida, contra la violencia y la violación a los DDHH, el amplio movimiento social, diverso y reivindicativo, las acciones de resistencia a los fraudes electorales y los plantones legendarios en el Zócalo de la Ciudad México para hacer valer resultados robados al pueblo en previos intentos de llegar al gobierno por el hoy presidente López Obrador.
También sirve de lección que aquel partido de trabajadoras y trabajadores, de estudiantes y académicos, pero sobre todo de líderes y liderezas sociales, que en más de una ocasión estuvo luchando por su supervivencia dentro del sistema, el partido que sufrió desaires y persecuciones hasta de fuerzas aliadas, hoy se muestra orgulloso de su victoria, pletórica de sacrificios, y tiene como desafío consolidar sus resultados plasmándolo en mayor trabajo territorial, consolidación de su fuerza y expansión de su influencia, al tiempo que cumple su papel histórico de ser la voz de la izquierda en la coalición de gobierno, para profundizar los aspectos sociales avanzados en la primera etapa de la 4T, a punto de culminar.
Otra lección nos deja esta experiencia, el PRD, histórico partido que tuvo entre sus fuentes al antiguo Partido Comunista Mexicano, aquel PRD que llegó a gobernar la ciudad más populosa de México, hoy pierde su registro legal por falta de apoyo del electorado. Es el precio que la historia hace pagar a quienes olvidan sus orígenes y se alían con sus enemigos de clase.
Aquel profeta con la mirada vuelta hacia atrás, nos enseña que resistir es vencer, pero solo cuando se extraen las lecciones adecuadas de nuestras propias experiencias y de aquellas de los pueblos hermanos.
La experiencia mexicana es, sin duda, una lección valiosísima que nos recuerda por qué, aunque a veces lo olvidemos, los dictadores y usurpadores duermen siempre con un ojo abierto.
[1] Fuente: https://www.jornada.com.mx/2017/06/07/politica/003n1pol
[2] Baja California, Baja California Sur, Colima, Chiapas, Campeche, Ciudad de México, Estado de México, Hidalgo, Guerrero, Michoacán, Nayarit, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Sonora, Sinaloa, Tamaulipas, Tlaxcala, Tabasco, Veracruz y Zacatecas.