Un modelo en crisis

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A pesar de adoptar formas cada vez más autoritarias, restrictivas y rígidas, la democracia liberal burguesa de corte representativo, se muestra incapaz de responder a los problemas de una sociedad en crisis civilizatoria.

Parecen agotadas las diversas expresiones y modalidades de este modelo, que permitió, a lo largo del tiempo, mantener a sectores subalternos esperanzados en soluciones siempre futuras ante la realidad objetiva de la extrema concentración de riqueza, la primacía de la especulación financiera globalizada, y el deterioro indetenible de las condiciones materiales de vida de las mayorías.

Desde el conservadurismo en lo social político hasta el progresismo distributivo con rasgos desarrollistas keynesianos, sin olvidar las opciones neoliberales, cada fase de la más acabada forma de dictadura de clase de la burguesía, es decir el modelo representativo demoliberal y su parlamentarismo republicano, se fue agotando aceleradamente. No analizamos el modelo en términos generales sino en las condiciones específicas de Nuestra América, cuyo rasgo esencial y determinante es su dependencia marcada del imperialismo norteamericano.

Ante el agotamiento del modelo, en el caso salvadoreño -que quizás no sea el único en el futuro en nuestro continente-, las clases dominantes adoptan en defensa de sus intereses formas bonapartistas, con un marcado carácter autoritario, pretendiendo a través de un individuo representar a todas las clases, mientras en realidad defiende a rajatabla los intereses del grupo de poder y los de sus socios oligarcas.

Agotamiento de la farsa

Se está agotando la primera fase de la farsa electoral salvadoreña, montada por un grupo de inescrupulosos que desde hace cinco años promueve métodos dictatoriales y autoritarios, fijando sus propias reglas de juego hasta llegar a la usurpación del poder maquillada con una pantomima democrática.

Eso fueron estas elecciones, desde el sufragio hasta el escrutinio, una vergüenza de proceso, podrido y maloliente, con reglas tramposas, basadas en la matonería, la mentira, la manipulación mediática y un grotesco fraude. Despreciaron las formas porque el objetivo era solo otorgar apariencia legal a una estafa, a la usurpación del poder por un sector de clase, para no abandonarlo hasta que les sea arrancado.

Un régimen de esta naturaleza basa su destino en la fuerza usada como amenaza, coacción y represión, según sea el caso. Para estos regímenes no hay oposición que valga; por eso no dejan de calumniar a cualquiera que se les oponga. No aceptan menos que el aplastamiento, la eliminación, la desaparición de todo signo de oposición. Solo vale la oposición que controlan. Pero necesitan convencer al mundo de una legitimidad que no tienen.

Ya vimos el show mediático presidencial, montado por algunos de los personajes más despreciables de la política latinoamericana, como la mafia de venezolanos ultra-reaccionarios y violentos, que tienen en su haber la organización de “guarimbas” criminales en su país, planificación de magnicidios fallidos, e intentos de golpes de Estado financiados por EEUU. Esos personajes asesoran al más alto nivel al gobierno salvadoreño, como antes asesoraron a Juan Guaidó o a Leopoldo López.

Ese show nocturno, lleno de colores que iluminaban el cielo capitalino y aturdía con música en inglés, como manifiesta vocación neocolonial, fue el primer acto de un intento por legitimar cifras falsas, realidades inexistentes, victorias espurias y legalidades extraviadas. Por eso mintió descaradamente, afirmando haber transformado el país en el más seguro del hemisferio occidental, cuando en realidad ocupa el lugar 122 en el mundo y Costa Rica ostenta el primer puesto en el continente en esa materia.

Asegura haber derrotado a las pandillas, pero no solo negocia con ellas, sino que libera a sus líderes para evitar extradiciones a EEUU, se codea con cárteles internacionales del crimen y mantiene a más de mil menores encarcelados con condenas de hasta 20 años, en virtud de una ley penal juvenil que juzga como adultos a niños de 12 años[1].

Más de 200 prisioneros han muerto en sus cárceles y no hay país en el mundo con mayor porcentaje de su población encarcelada (1.6% de habitantes de El Salvador está en prisión). Los asesinatos de prisioneros con lujo de barbarie empiezan a ser conocidos, y el más reciente y notorio fue el del ex asesor de seguridad de la presidencia, Alejandro Muyshondt. 

Pero no es contra todos los criminales que el régimen declara su guerra; la línea divisoria parece ser su filiación o no al nuevo partido de la dictadura. Los medios difundieron la liberación de un pandillero, sospechoso de asesinato y actual candidato a alcalde por Nuevas Ideas. Así lo reportaba el periódico digital El Faro, el 17 de febrero:

“Carlos Armando Sánchez Hernández, candidato a alcalde de Nuevas Ideas por Cuscatlán Norte, está perfilado como pandillero del Barrio 18 facción Sureños, según tres documentos de la Policía Nacional Civil, uno de fecha de 2016 y el resto de 2022. Sánchez fue arrestado por el delito de agrupaciones ilícitas en mayo de 2022, bajo el régimen de excepción que inició a finales de marzo de ese año, pero solo pasó dos días en bartolinas de Cojutepeque. La Fiscalía, dirigida por el fiscal Rodolfo Delgado, impuesto por el oficialismo en 2021, ordenó su ‘inmediata libertad’, según un documento de mayo de 2022.”[2]

La noche de los comicios, el dictador ofreció las cifras y el resto de instituciones debían cumplir con el formalismo de hacerlas encajar en las actas de resultados. 

No contaron con la tenaz resistencia de la oposición a pesar de las amenazas policiales y judiciales, de las revelaciones de la prensa superando las limitaciones y amenazas, de la observación internacional pese a los abusos, mentiras y exclusiones. Todos ellos pusieron en evidencia al “rey desnudo”, quien optó por atacarlos en su discurso triunfal y en conferencia de prensa.

Luego, el silencio cómplice del tribunal, los legítimos reclamos jurídicos de la oposición -quizás creyendo ingenuamente que en El Salvador existe todavía algún resquicio de justicia independiente- respondidos de forma expedita por un grupo de corruptos constituidos en tribunal electoral, que ni siquiera se dignaron responder puntualmente, sino en términos generales los reclamos, para rechazarlos.

Un “ultra-con” predicando a sus fanáticos

Quizás por el cúmulo de inseguridades que este régimen desprende como un tufo inevitable, es que salieron corriendo a buscar el apoyo de los únicos que a estas alturas pueden escucharlos ¡y hasta creerles y ovacionarlos!, los ultra conservadores de EEUU y la extrema derecha radical internacional, la misma que años atrás ladraba marginalmente discursos de odio y racismo desde los rincones más abyectos de la historia, y que hoy se muestra a plena luz del día, orgullosa de su intolerancia reaccionaria, ante públicos que los admira, como en otros tiempos se admiró efímeramente a los Hitler, Mussolini y compañía.

Lo más retrógrado de la política conservadora mundial suele reunirse anualmente en Washington, en la llamada Conferencia de Acción Política Conservadora, CPAC, que en esta ocasión se reunió entre el 21 y el 24 de febrero.

Es la cofradía de los Bolsonaro, de los racistas españoles de Vox, de los impresentables vaqueros del trumpismo, de los libertarios neofascistas de Milei y Bullrich. A esa corte de los milagros de lo más atrasado de la política, pertenece el presidente usurpador del gobierno de El Salvador, y como tal fue recibido por estos fanáticos neo-con.

No defraudó a su público. Mintió a todo pulmón. Pretendió dar clases de historia, y repitió una y otra vez sus consejos a la turba, “luchen por sus derechos, defiendan sus libertades”, ante estallidos jubilosos de la muchedumbre y de un grupo de fanáticos que gritaba su apellido, mientras otros añoraban los días del general Pinochet, como lo declaraban a la entrada del recinto donde transcurrió el evento. Esa es la calidad de gente asistente a semejante show.

“Vendió su producto”, es decir, un país que no existe más que en su narrativa; delineó con el mismo fervor que en San Salvador a sus enemigos. Sabía que el ambiente era propicio y volvió a demonizar a George Soros y los medios de prensa, a la comunidad internacional y a despreciar a la oposición. Le cuesta disimular su molestia por no poder decir que eliminó a la izquierda. No puede llenarse la boca diciendo que el FMLN no existe. Sabe que mientras eso no suceda sus victorias son sólo tácticas.

Se atrevió a dar por muerto el atlantismo en El Salvador, como si un pequeño país de Centroamérica pudiera ser ejemplo o termómetro de una realidad geopolítica mundial. Pero el hombre es inmune al ridículo, y sabía que su público esperaba esa declaración de sumisión al proyecto proteccionista del trumpismo.

Los que se apresuran a decretar la muerte de la izquierda vuelven a la carga

No solo desde el extremismo de derecha presidencial se sufre por no haber logrado el exterminio electoral del FMLN. También desde diversos sectores sociales y políticos, algunos incluso disfrazados con ropajes de una izquierda “light”, sin más principios ni objetivos que mantenerse en los carriles del sistema que condena al hambre, la miseria y la muerte a nuestro pueblo, se apresuraron a aparecer señalando “culpables” en las filas del FMLN. Son los mismos que antes de las elecciones insistían que el único partido de izquierda en El Salvador debía marchar como furgón de cola de la derecha en una fórmula única, impulsada por Washington.

Son estos sectores, dentro y fuera del país, los que asumen los resultados como una derrota. Con la miopía que los caracteriza, no pueden medir las cosas más que en los términos que el sistema les dicta; no ven en la resistencia de cinco años mérito alguno; no valoran lo que significa más de 200 mil mujeres y hombres que resistieron las campañas de odio, y optaron por las propuestas del FMLN. Olvidan que a pesar de todo la izquierda fue la más votada en las presidenciales después del oficialismo. Sobre todo, no pueden vislumbrar otra lucha que la electoral; después de las municipales parecen decididos a invernar otros 3 o 5 años hasta el próximo llamado a una nueva pantomima organizada por el régimen. Quienes así piensan son los verdaderos derrotados.

Asumen los conceptos de derrota y de victoria según los dicta el sistema.

Preferimos otra cosa. Preferimos tomarle la palabra al usurpador, luchar por nuestros derechos, luchar por la libertad del pueblo y, sobre todo, luchar por impulsar algo impensable para esos sectores “críticos”, luchar por el impulso permanente al proceso revolucionario del pueblo salvadoreño. Esto incluye la lucha por una democracia verdadera y no la agotada, vacía y muerta democracia liberal burguesa representativa. Ese proyecto requiere unidad del pueblo, pero como enseñaba Schafik, “no pegada con chicle” sino con objetivos claros, auténticamente democráticos, profundamente antiimperialistas y antidictatoriales, sinceramente revolucionarios y con carácter socialista.

[1] https://www.pagina12.com.ar/715217-mas-de-mil-menores-de-edad-presos-en-el-salvador

[2] https://elfaro.net/es/202402/el_salvador/27254/fiscalia-ordeno-liberar-a-candidato-a-alcalde-de-nuevas-ideas-perfilado-como-pandillero-por-la-pnc