Tradicionalmente en la primera semana de agosto, periodo vacacional en El Salvador, las actividades políticas se reducen a su mínima expresión. El paréntesis puede servir para echar una mirada reflexiva acerca de la situación del país, y sobre todo acerca de lo que venimos cuestionando hace tiempo, las razones de una popularidad en la imagen presidencial que no se corresponde con la pésima gestión de la actual administración y el alarmante deterioro de las condiciones materiales de vida de las grandes mayorías, empobrecidas y olvidadas en los hechos, mas no en el discurso superficial, vacío y falso, del régimen y sus voceros.
Resulta de utilidad para esos fines una información difundida recientemente en El Salvador acerca del estudio del Instituto Nacional Demócrata (NDI) sobre el uso de las herramientas digitales por los gobiernos de la región, y las tendencias de usuarios en relación a temas y agendas. El informe denominado “Narrativas políticas dominantes y tendencias democráticas en redes sociales”, indica cuáles fueron los principales temas de conversación sobre política en El Salvador, Honduras y Guatemala entre enero y marzo de 2022, en las redes sociales de Facebook, Twitter, Instagram y TikTok.
Dos mundos
Mientras el riesgo país de El Salvador cerró julio con la tasa promedio más alta de su historia, rompiendo récord siete veces durante ese mes, y llegando a registrar un descomunal 35.12% (tasa histórica récord), cualquier observador que no tuviera esos datos pero que se guiara por la información que bombardea permanentemente el oficialismo desde la prensa bajo su control, las redes sociales y la narrativa expresada por ministros, diputados, trabajadores de prensa al servicio del régimen, quienes hace mucho vendieron su carné de periodista a cambio de un puesto seguro en el aparato mediático gubernamental, y los consabidos manipuladores desde redes sociales, encargados de difundir las ocurrencias presidenciales hasta hacerlas tendencia, concluiría que en El Salvador la vida transcurre sin sobresaltos.
Ese hipotético observador no podría concluir, al leer las informaciones, seguir las redes sociales o la prensa oficial en general, que en el país existe un desempleo pandémico; que la inflación golpea doblemente al país (la propia de El Salvador y la que se genera desde la metrópoli de la cual depende esta neo-colonia, que tiene a un tercio de su población activa viviendo en USA) y a sus clases más vulnerables y desprotegidas; que la militarización del país en apenas tres años ha sido naturalizada por una sociedad que, a pesar de haber superado una guerra civil de 12 años, ve a soldados y policías asumir todo tipo de responsabilidades tradicionalmente asociadas al sector civil, sin alarmarse en forma alguna. Un país donde nadie recuerda las promesas de campaña presidencial y que por lo tanto ni siquiera se preocupa de su flagrante incumplimiento. Un país de felicidad, inventado, inexistente, pero cómodo, porque evita el esfuerzo de pensar o preocuparse, dejando todo en manos de un ser superior que gobierna a su antojo y sabe lo que es mejor para su gobernados.
Al mismo tiempo, al ver marchas, denuncias y protestas focalizadas y relativamente pequeñas en número de participantes, ese observador pensará que las medidas presidenciales no encuentran mayor oposición en la población, ni que la militarización resulte ofensiva para esta sociedad.
No reparará tampoco en los muertos en las cárceles, que se siguen acumulando, pero que rápidamente se esfuman de los titulares de prensa, no tendrá conciencia de la persecución política y del uso de la justicia como herramienta de persecución. Registrará en cambio la cantinela oficialista, propagada por funcionarios incapaces de cumplir su deber, pero escrupulosos ante los micrófonos para argumentar que las protestas, críticas y denuncias de corrupción que llegan a los escasos medios no controlados por el régimen, evidencian la libertad de expresión que reina en el país del nunca jamás ideado desde CAPRES y el clan familiar en el poder.
Difícil explicar niveles de popularidad que sitúan al presidente en porcentajes de aprobación del 70 y hasta 80% sin revisar sus métodos de manipulación permanente y establecimiento de agendas ad-hoc. Para ello resulta útil el estudio conocido en estos días, que nos permite comprender la existencia de dos universos: uno real, concreto, negativo y pesimista desde el punto de vista de las posibilidades de avance socio-económico para las grandes mayorías; y otro virtual, ficticio, fabricado desde la narrativa oficial, extremadamente positivo y prometedor, muy exitoso, al menos para la imaginación de los usuarios promedio de redes sociales.
El país invierte en Bitcoin como resultado de un capricho presidencial, que además juega especulativamente con los fondos públicos, y el resultado fue una inmediata aceptación popular promovida por el coro de repetidores, que anunciaban la entrada del país al primer mundo y a las finanzas del futuro.
El espejismo no duró mucho, y de hecho se convirtió en el primer varapalo para el régimen, y en particular para el autócrata a cargo de CAPRES. Sin embargo, por más que haya resultado el mayor fiasco que sufrió el gobierno, que ve caer el valor de su inversión un 67% desde noviembre, el tema no aparece como una preocupación para el gran público, que parece haber olvidado el asunto.
Ese “milagro” lo produce la capacidad del gobierno de establecer agenda, quitar o poner temas en el conjunto de la psicología social. Las redes son instrumentales para ello, pero sin duda el resto de medios coadyuva a generar el ambiente apropiado para la distracción y la percepción direccionada.
El estudio en mención subraya que los temas económicos, como la grave situación de la demanda de empleo y el precio del bitcoin, en caída libre desde inicios de año, descendieron en la preocupación popular expresada como temas de conversación en las mayores redes sociales utilizadas en El Salvador. Entre enero y febrero, la economía ocupó un 33 % y 34 % de la agenda, respectivamente; sin embargo, pasó al 25.6 % en marzo. Esto, a pesar de la crisis de inflación a nivel global, que también golpea los precios de la canasta básica en El Salvador.
Otros temas como la independencia de las instituciones, las reformas judiciales y constitucionales, la justicia transicional, no superan siquiera el 10 % de las conversaciones en redes sociales. Esto es, el asalto a las instituciones por el Ejecutivo, la ilegal designación de magistrados y fiscales, la militarización de la Asamblea Legislativa, la eliminación progresiva de todos los canales efectivos de monitoreo y control ciudadano, la implantación de un régimen de oscuridad y autoritarismo en el manejo de los asuntos del Estado, habrían perdido aparentemente el interés de la población.
Por otra parte, conversaciones sobre la defensa de los derechos humanos, las investigaciones de casos de corrupción en el gabinete de Gobierno, el acceso a la información pública, la transparencia, la violencia de género, el derecho al agua potable y los derechos de la población LGBTIQ+, no ocupan ni siquiera el 5 % de la agenda diaria en las redes sociales salvadoreñas.
La seguridad como cortina de humo
Precisamente cuando la crisis económica se agudizaba, cuando el país perdía credibilidad internacional minuto a minuto, y los bonos de El Salvador se convertían en bonos basura; cuando el precio de la canasta básica se disparaba y las familias salvadoreñas miraban como única esperanza la migración ilegal, poblando las carreteras mexicanas y centroamericanas en busca de un futuro que jamás encontrarían en su país, es decir, cuando la burbuja mediática del régimen estaba a punto de estallar, porque ya los tuits presidenciales empezaban a ser insuficientes para seguir durmiendo a la población que lo había llevado al poder, la inseguridad ciudadana y la instauración del régimen de excepción explotaron en el imaginario colectivo, ocupando cuatro de cada 10 conversaciones de los salvadoreños en redes sociales durante el primer trimestre del año, desplazando temas como la economía, la falta de empleo y la corrupción.
El informe de NDI revela que en enero y febrero, cuando las conversaciones en redes giraban en torno a temas relativos a la preocupante situación económica, lo que empezaba a poner en entredicho las políticas gubernamentales, súbitamente las preocupaciones giraron hacia la inseguridad. Así, en marzo comenzó “una percepción de creciente inseguridad ciudadana”, a partir del repunte de homicidios que ocasionó la muerte de 87 salvadoreños en menos de tres días.
Poco después, a raíz de las revelaciones del periodismo investigativo, se supo que el detonante de la explosión de violencia fue la ruptura de los acuerdos entre el gobierno y los delincuentes. Aunque por unos días las revelaciones pusieron en jaque al Ejecutivo, la narrativa belicista y los llamados a la venganza, la explotación del odio y los miedos populares, desplazaron lo racional e hicieron nuevamente prevalecer lo emocional.
No negamos aquí el hecho objetivo de la preocupación que causó en la ciudadanía la escalada de homicidios indiscriminados, sino que destacamos el uso mediático y la manipulación descarada del dolor ciudadano por parte del régimen para establecer una perspectiva favorable a sus intereses, llegando incluso al ridículo de culpar a sus opositores, a los organismos de la sociedad civil y no-gubernamentales, así como a potencias extranjeras de promover y financiar la actividad de los delincuentes pandilleros.
El anuncio del gobierno, el régimen de excepción decretado desde el 27 de marzo y prorrogado cuatro veces hasta el presente, se mantiene como principal tema de conversación en redes. Peor aún, un segmento considerable de seguidores celestes en redes sociales sigue como borregos el discurso acusador contra la oposición.
El estudio detalla que tras la instauración del régimen, la seguridad ciudadana pasó de un 20% de interacciones en enero, a un 36% en marzo y refleja una “aceptación tácita de la militarización de la seguridad pública” en El Salvador, asumiéndose de tal modo las restricciones a derechos que estas medidas implican.
No se trata solamente del número de interacciones, o de que determinado tema se convierta en tendencia en redes sociales, sino de la forma en que esto sucede, puesto que lo que señala el análisis de datos es que la mayoría de esas interacciones son manejadas desde el gobierno, que utiliza su maquinaria comunicacional para mantener determinados temas en agenda, o eliminando otros por el mismo método, según su conveniencia.
Esos dos universos paralelos conforman El Salvador hoy. Uno que golpea cada día en el rostro de los pobres y empobrecidos, quienes una vez creyeron en el autócrata que solo usó sus votos para escalar al poder, y una vez allí los desechó como hoy se deshace del resto de sus aliados incómodos, que puedan representar obstáculos al control absoluto del poder por el clan gobernante.
Ese mundo sufre en silencio, se enfrenta a poderosos muros de incomunicación y desinformación cuando pretende hacer valer sus derechos perdidos a costa de quien ellos impulsaron al poder. En ese universo están los que empiezan a comprender que los insultos y las descalificaciones contra toda forma de crítica u oposición, que antes les parecía ocurrente y “moderno” hoy se transformaron en armas contra ellos mismos. Empiezan a despertar de su sueño embrutecedor, pero les queda un largo camino para poder revertir lo que ellos mismos ayudaron a construir.
El otro universo sigue siendo ideal, resulta perfecto y sigue creyendo cada línea que desde casa presidencial lanzan para mantener entretenidos a los incautos. Ese universo renegó hace mucho de sus derechos, de su ciudadanía, de su capacidad de discernir y aceptó casi como un credo el pensamiento único, que no es otro que el del clan de gobierno y en particular el que se fabrica desde la imagen mediática presidencial.
Pero construir y mantener ese mundo falso le cuesta al pueblo salvadoreño cifras escandalosas. Solo para 2022, Casa Presidencial dispone de $7,772,520 para sus secretarías de Prensa y Comunicaciones, destinado en su mayoría a medios públicos y estrategias de comunicación. Es con esos fondos que se establece el patrón de dominación con el que se controla los niveles de popularidad del régimen y su jefe. “El patrón de dominación difiere en cada país. El Salvador muestra un modelo cooptado por el presidente y su maquinaria comunicacional, siendo el único actor que impone agenda y marca la discusión”, indica el informe.
Por ahora, el régimen tiene otra ventaja, y es que prácticamente ningún acontecimiento o crítica de los opositores logra mantenerse mucho tiempo, o afectar seriamente el relato oficial.
Sin duda, asaltar esa maquinaria comunicacional representa un mayúsculo desafío para las fuerzas de la oposición, y muy particularmente para la izquierda y las fuerzas revolucionarias que aspiran no solo a derrotar la autocracia sino a emprender exitosamente una lucha anti-sistémica. Quizás por ello, aunque sea necesario e imperativo dar la lucha en este terreno sustancial, no lo es menos la búsqueda de formas creativas para avanzar en el objetivo de debilitar el régimen en aquellos espacios donde su fortaleza es menor.
Sin duda, ese espacio son las calles, el territorio, son las luchas reivindicativas, amplias y diversas que emprenden cada día distintos sectores de la sociedad; en muchos casos se trata de reivindicaciones economicistas, sindicales, etc., en otras se trata de la defensa de derechos fundamentales como la libertad, la vida, la justicia, el derecho al trabajo digno; en otras se tratará de luchas por la defensa del medio ambiente, la equidad de género en sectores diversos. Todas, en cualquier caso, representan potenciales factores de acumulación de fuerza en una larga guerra de posiciones donde resulta imprescindible convencer para vencer, porque por sobre todo se trata de un enorme desafío en la batalla de las ideas.
Los enemigos del pueblo, los que hoy gobiernan El Salvador, lo hacen con un discurso populista y falso, que les resulta útil para engañar no solo a nuestro pueblo sino incluso a gobiernos amigos y a sociedades que reciben, sin saberlo, parte de la andanada mediática que el régimen invierte para conservar su imagen, y que de ese modo más de una vez creen que el discurso del gobierno de El Salvador es, por ejemplo, antiimperialista, cuando no se trata más que de la narrativa necesaria para sostener una imagen conveniente a sus intereses.
En cualquier caso, esos enemigos del pueblo que gobiernan El Salvador a placer, saben que el universo ideal y prefabricado a su medida tiene fecha de caducidad, que no se podrá mantener ante la tozuda realidad de los hechos, ante la contundencia de una crisis que está llevando al pueblo a la miseria y el hambre, ante la incapacidad de cumplir promesas de campaña que, por otra parte, jamás tuvieron intención de cumplir. La popularidad la mantienen a fuerza de mentiras y engaños y no pueden parar de mentir porque saben que el universo real está allí, acechando.
Saben que ese universo de carne y hueso, de sangre y de lucha, de hambre y miseria, tarde o temprano los alcanzará. Intentan demorar el momento todo lo posible, pero saben, como lo sabemos todos, que tarde o temprano el pueblo vencerá.
RLL