China, el gigante asiático que la rancia política salvadoreña ha pintado con cara de ogro, sale en defensa de su honor

Episodio I. En esta primera expedición de periodistas salvadoreños a las entrañas de China habremos de escribir sobre lo que vemos y nos informan las fuentes oficiales. Y aunque los enfoques sean distintos una cosa será denominador común: la modernidad del coloso asiático.

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Cuando te subes a un avión azul de KLM, tiquetado como Air France y operado por China Southern Airlines te das cuenta de que a China, la continental, la milenaria, no se le puede ver con los mismos ojos que a las películas de Shaolin en canal 6.

No. China es real, y grande. Y fuerte. Y moderna. Por eso es que aunque la critiquen política o partidariamente desde El Salvador, quienes lanzan sus voces en contra también se excitan fácilmente con la sola idea de vender sus productos en este colosal mercado de 1300 millones de ávidos clientes. 

Cuando uno conoce China también se da cuenta de que hay algo que no se ha dicho a los salvadoreños, porque de imaginarse que uno va a encontrar a millones de chinos trabajando por un cuenco de arroz diario a la ciudad que uno se topa de frente en expediciones como esta hay un mundo de distancia.

¿Pero por qué esta China es tan distinta a la que nos pintan algunos políticos salvadoreños? ¿Por qué a la China con quien El Salvador ha entablado relaciones diplomáticas hace pocas semanas nos la han contado como maligna?

—Por ignorancia, por que no han visto la verdad —nos dice el vicecanciller Qiin Gang durante la cena ofrecida en honor a la expedición de periodistas salvadoreños y funcionarios de gobierno que hemos venido para tener el primer contacto, directo, y sin matices partidaristas.

En nuestro grupo hay una periodista de La Prensa Gráfica, otra de Diario El Mundo, una de Telecorporación Salvadoreña, otros de Radio Nacional, Gentevé, dos productores de cine, el presidente de la APES, una comunicadora de Verdad Digital, un colega de Canal 12, otro de Megavisión, uno de la Radio Mayavisión, de Canal 10 y de la Radio Nacional, aparte de quien esto escribe. Sin eludir, por supuesto, al sensei de la prensa escrita de la izquierda revolucionaria, Francisco Valencia.

Y todos estamos sorprendidos con esta China que nos hemos venido a encontrar. Y con la hospitalidad y amabilidad de los anfitriones. Una amabilidad que se veía venir desde que con su sonrisa nos atendía la señorita Li en el vuelo que desde Amsterdam nos llevaba hasta el corazón mismo de esta nación, la República Popular de China.

Y esta sorpresa, para el caso de quien teclea estas líneas, también procede del sectarismo partidario que nos ha hablado mal de China continental, y suena a doble moral de los más rancios políticos salvadoreños de ARENA que —en secreto, según nos han contado fuentes oficiales chinas— ya enviaron a una delegación para intentar hacer negocios con los chinos “malos”.

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Cuando le comento esto de que en El Salvador hasta hace un tiempo se hacía referencia a China como la China mala y a Taiwán como la China buena, el vicecanciller toma impulso, deja de lado su comida y con el dedo índice apunta fiero que entonces ahora seremos nosotros, los periodistas, quienes debemos contar nuestra verdad.

China es la anfitriona, ni un solo centavo ha salido de fondos públicos salvadoreños y aunque como periodistas sabemos que los itinerarios no nos llevarán por las zonas menos favorecidas de este gran país, tampoco somos ciegos para no darnos cuenta de que Beijing —para el caso, desde donde se escribe este primer despacho noticioso— rivaliza en modernizad y belleza con cualquiera de las ciudades del primer mundo que usted decida escoger. Cualquiera.

¿Y entonces, por qué la doble moral de algunos empresarios recalcitrantes que vituperan las relaciones diplomáticas con China cuando la apetecen como la chica bonita del pueblo esperando conquistarla para sus amores?

Y no solo se devana de placer el ínfimo empresario salvadoreño que canta el himno nacional con el puño derecho cerrado sobre el pecho; también lo hace el magnate texano, el industrial brasileño, el banquero neoyorquino, cualquier exportador de diamantes israelí o el monarca africano en cuyas entrañas de su tierra habitan exotiquísimos metales o piedras preciosas.

Porque China es la mujer deseada por todos, aunque no lo acepten en público.

Y China no es tonta. China se sabe deseada. Sabe lo que provoca. Por eso es que le resulta fácil mostrar sus encantos a quien tenga ojos para ver y oídos para oír.

Por eso es que para un periodista salvadoreño escribir sobre China es muy fácil…y tremendamente difícil. ¿Qué vas a contar de nuevo sobre su historia? ¿Cómo vas a contrastar lo que te dicen las fuentes oficiales? ¿Cómo vas a entablar lazos con los críticos del gobierno que te invita? Y es en estos casos cuando lo más decente es narrar lo que ves

Y lo que ves, para empezar, es que Beijing, nuestra puerta de entrada al gigante asiático es enorme y fuerte. Y limpia, y llena de árboles.

Se ven calles amplias, modernas, sin baches, limpias y con un tráfico caótico en las horas pico que incluso ha sabido ordenarse a base de sentido común. Sus 20 millones de habitantes conviven en armonía, por lo menos es lo que se ve desde el bus que nos lleva de un lado a otro y en las breves caminatas que comenzamos a hacer.

No se escuchan pitazos de los automovilistas. En estas horas de recorrido, ni una sola ambulancia, ni accidentes, ni brazos furiosos que hagan señas obscenas porque no les dan paso. Hay embotellamientos, sí, pero los chinos parecen haberlos adoptado como parte de su vida diaria.

Ya nos lo había anunciado previamente la diplomática china encargada de Negocios en San Salvador, Ou Jianhong, cuando nos habló de la puntualidad necesaria y cuando recitó aquel viejo proverbio de su tierra que reza que “Es mejor ver una vez que escuchar mil veces”.

—¿Qué vas a decir o escribir de malo sobre lo que estamos viendo? —le digo a un colega mientras paseamos por esta ciudad imperial.

Se encoge de hombros y termina musitando: —Nada.

Porque a China se le pueden ver con los ojos del vaso medio lleno o con la frialdad de quien nada tiene que perder si cuenta algo que le parezca malo o, cuando menos, feo.

Desde que sales del aeropuerto tienes aquella sensación de escuchar que se abre la imaginaria puerta inmensa de una vasta fortaleza, donde llegas como visitante privilegiado dispuesto a descubrir.

Y para ver China no te alcanzan los dos ojos.

Aparte de las calles limpias y muy bien señalizadas, con muchas cámaras en las esquinas y modernos autos europeos y de Estados Unidos, también te impresionan los edificios.

Ya había tenido la fortuna de visitar muchas ciudades de primer mundo: los rascacielos de Nueva York, la preciosidad de París, Roma, Los Ángeles, Washington, Tokio, Londres, Estambul, Berlín, Taipei, Praga, Tel Aviv, Estambul y otras más.

Pero Beijing es impresionante. Edificios que harían agua la saliva de cualquier arquitecto, centros comerciales de última generación, hoteles de las más grandes cadenas mundiales que no escatiman detalles en sus habitaciones, árboles y más árboles, iluminación sin límites y tiendas de los más sibaritas diseñadores.

Hay tiendas de grandes cadenas, ventas de Porsche, Ferraris transitando cerca de Tiananmen, Maseratis, Audi, Mercedes Benz, BMW y muchas otras marcas del mercado de alta gama en el sector automotriz.

También impresiona el edificio de la cadena de televisión CCTV, vasto, opulento y moderno; no en balde son más de 30 mil empleados en este grupo de medios que abarca radio y televisoras, cuyas transmisiones se hacen en 43 idiomas y lanzan al aire telenovelas, películas, noticias, series animadas, entrevistas, deportes, debates y todo lo que Occidente conoce.

No, China no es como en las películas de Shaolín de nuestra TV de los años ochenta. La capital no está llena de chinitos que te llevan en toc-toc; ni mendigos se ven (una colega dijo haber visto, sin embargo) y tampoco perros callejeros, ni limpiavidrios en las esquinas, ni militares recorriendo las calles con su ceño fruncido.

No, a China nos la habían pintado mal.

Esto es lo que hemos visto hasta ahora. Una ciudad vibrante, un mundo más allá de las gruesas y empañadas gafas de la ideología partidaria.

Incluso, ese incómodo sentimiento que como visitante te afectaba cuando llegabas a otros países y te topabas con hordas de turistas chinos que te empujan para pasar y ni siquiera piden disculpas, se desvanece cuando te percatas de que aquí, a 15 husos de la patria chiquita, también descubres chinos educados, aseados y silenciosos.

Es más, desde el asiento 55J del Airbus 380 que nos llevaba de Amsterdam hacia Beijing, había paz en los alrededores poblados con decenas de chinos que regresan a su patria, la patria que ahora estamos comenzando a descubrir en esta expedición y que iremos desgranando en varios episodios.

Sin embargo, también hay bullicio y desorden, crimen y latrocinio, estafas e imitaciones, corrupción y maldad, porque en China todas las etnias conviven con el indeleble virus de la naturaleza humana.

Post data: Con la diferencia que aquí a los corruptos les aplican la pena de muerte.

Lea Episodio 2: China: No exportamos nuestra ideología y jamás tomaremos a El Salvador como nuestro patio trasero.