Por un extraño giro de la política contemporánea, el colapso de la Unión Soviética que arrastró consigo al stalinismo y al dogmatismo, entronizó la competitividad electoral del socialismo que, con rostro y contenido diferentes, avanzó en varios países y ahora se asoma en los Estados Unidos, donde según se dice, importantes sectores votarían a favor de algún candidato de esa orientación.
Ese fenómeno, asociado al pensamiento y la práctica política que tuvo expresiones en épocas de Franklin D. Roosevelt, renació durante el proceso electoral de 2016, en el cual el senador Bernie Sanders, autodenominado “socialista democrático” alcanzó inesperados rangos de popularidad y aunque no logró la postulación por el Partido Demócrata, acumuló capital político como para intentar una segunda oportunidad.
La paradoja del repunte socialista es tanto más elocuente porque se trata de los Estados Unidos, cuna y fragua del anticomunismo, que con el macartismo estuvo a punto de convertirse en política oficial.
Lo que en realidad parece estar ocurriendo, no solo en Norteamérica, es que se ha producido una separación conceptual entre el comunismo, una construcción teórica esencialmente libresca, sin base en la realidad y el socialismo, que forma parte de la práctica política y es compatible con los valores esenciales de la condición humana y de la filosofía liberal, la más exitosa de las ideologías realmente existentes, funcional al marxismo con el cual logra una interacción dialéctica mutuamente enriquecedora.
Para las nuevas generaciones de socialistas, los paradigmas no son la Unión Soviética o China sino los “estados de bienestar” implantado en países donde el modo de producción capitalista se ha compatibilizado con la economía social de mercado y en los cuales la democracia y la justicia social ofrecen rangos aceptables.
Finlandia, Noruega, Suecia, Austria, Alemania y otros países han alcanzado éxitos económicos y sociales y equidad distributiva asociada al papel del estado, promotor de políticas sociales que generan bienestar, como no lograron la Unión Soviética ni los países de Europa Oriental que avanzaron por otros caminos.
La nueva izquierda estadounidense liderada por Sanders, Alexandra Ocasio-Cortez, Julia Salazar con la proximidad de Kamala Harris, Elizabeth Warren y Kirsten Gillibrand, pudiera registrar avances sustanciales y por qué no, llegar a la Casa Blanca
Tales avances, evidentes no solo en los Estados Unidos, sino también en América Latina se deben a que ser socialista en el siglo XXI significa abogar por la democracia y la justicia social, estar contra toda forma de explotación, discriminación y exclusión, así como luchar contra la pobreza. Ser socialista obliga a ejercer la solidaridad, practicar la caridad y allí donde resulte pertinente, ser antimperialista.
Para esta definición la ideología no es convocada. Se puede ser ateo o cristiano, marxista o liberal, masón o rosacruz, católico, musulmán o budista o simplemente agnóstico. En política los socialistas disfrutan de la libertad de votar a su arbitrio, defender al gobierno o ejercer la oposición.
Visto así, se descubre que el socialismo ha triunfado al menos en la mente de millones de personas. De hecho, los que creen en esa alternativa son más y son mayoría, les falta el poder. Allá nos vemos.
La Habana, 26 de abril de 2019