23 de febrero de 2019
Por: Jorge González
Dedicamos estas líneas al bravo pueblo de Bolívar y Chávez, que
desarticuló al invasor yanqui en la Batalla de los Puentes y nuestro
homenaje también al grupo de panameños
que hizo acto de presencia solidaria
en la tierra del gran Libertador Simón Bolívar.
Para febrero de 2019 la expectativa latinoamericana y mundial giraba en torno
a la posibilidad de una acción militar de Estados Unidos contra la hermana
República Bolivariana de Venezuela. El proceso patriótico bolivariano había
sido objeto de una incesante campaña de bloqueo económico, financiero,
comercial y petrolero, más el asedio por parte de los factores de poder mundial.
En ese contexto, el presidente del congreso venezolano, espúreo, declarado
años antes como quorum ilegal por el poder judicial, se auto declaró presidente
de Venezuela con el aval de Estados Unidos y un número no despreciable de
gobiernos neoliberales y las formaciones políticas de la derecha
transcontinental.
El gobierno venezolano, en el lado contrario de la correlación de fuerza local e
internacional, se apoyaba en las fuerzas estatales del mundo multipolar, lo cual
previó su arquitecto geo estratégico, Hugo Chávez. Hablamos de Rusia, China,
los países del ALBA en América Latina; además de Siria, Irán, estados de
África, la Suráfrica del Congreso Nacional Africano fundado por Mandela,
también las valientes islas del Caribe Menor, etc. Las televisoras burguesas
del mundo vaticinaban un cataclismo político que terminaría en el
derrocamiento del gobierno venezolano legítimo del presidente Nicolás Maduro,
ya fuese por un golpe de estado interno o producto de la invasión de fuerzas
extranjeras comandadas por Estados Unidos.
Otro componente de la alianza multipolar global anti hegemónica lo constituían
los movimientos sociales de América latina y del mundo, opuestos al
intervencionismo de las grandes potencias en los asuntos internos de las
naciones. Eso involucraba también a los movimientos sociales solidarios que
en Estados Unidos y Europa, eran y siguen siendo críticos con las políticas
injerencistas de los gobiernos imperialistas de turno en sus respectivos países.
Para sorpresa de no pocos, en esas circunstancias de contradicción entre las
fuerzas imperiales vs anti hegemonistas, un grupo de panameños se atrevió a
ir a Venezuela a expresar la solidaridad en representación de un país que fue
invadido por Estados Unidos un 20 de diciembre de 1989. Ese contingente lo
hizo enarbolando el pabellón nacional tricolor panameño. Nos impulsaba el
inolvidable gesto del presidente constitucional de la República Bolivariana de
Venezuela, Nicolás Maduro, quien fue el único mandatario extranjero en
apersonarse al barrio mártir del Chorrillo, en Panamá, para ofrecer su
solidaridad a las víctimas de la invasión. Al día de hoy ningún otro jefe de
estado del mundo lo ha hecho.
Considerábamos acertadamente que el rechazo a la injerencia norteamericana
y la amenaza de invasión estadounidense contra el país suramericano,
constituía al mismo tiempo una expresión de la campaña que hacíamos en
Panamá en pro de declarar el 20 de diciembre como día de duelo nacional.
Así las cosas, el grupo de militantes sociales panameños fuimos convocados
por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) para asistir a un
encuentro de la izquierda política latinoamericana en Managua, en el cual
participamos. Estando allí, nos llega la noticia de que existía la posibilidad de ir
a Venezuela para estar presente el 23 de febrero en un encuentro anti belicista,
una fecha que la BBC de Londres anticipaba en titulares como el “Día D” de
los Estados Unidos y la contrarrevolución venezolana para derrocar al
chavismo en el poder desde 2008.
Integraron ese grupo de notables compatriotas panameños: los compañeros
Jaime Flores, Fernando Cebamanos, Rolando “el Fulo” Ortiz, Gilberto Solís y
junto a ellos este servidor, Jorge González.
Para el 23 de febrero se esperaba desde el campo de la derecha mundial y los
apólogos del neoliberalismo, que el montaje de una ayuda seudo humanitaria
en los pasos fronterizos en la ciudad Cúcuta, Colombia y al mismo tiempo en la
frontera con Brasil, fuera instrumentalizado propagandísticamente para
provocar una brecha irreversible en las filas de las fuerzas armadas
bolivarianas de Venezuela. Que fuera a su vez un punto de inflexión del
hipotético levantamiento de la derecha en las ciudades venezolanas y de esa
manera, propiciar situaciones que desembocaran en la defenestración de las
autoridades del Estado o la justificación internacional de una acción militar de
Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump, quien previamente había
señalado que para ese día (23 de febrero) todas las opciones contra Venezuela
y su proceso bolivariano, estaban sobre la mesa, incluida la vía militar.
Finalizado el evento al que asistimos en Nicaragua, partimos e hicimos escala
de abastecimiento de diesel en La Habana y de allí, viajamos entonces a
Venezuela en un avión de Conviasa, aerolínea estatal venezolana. Casi todos
los estados de la región se encontraban por entonces gobernados por el giro
conservador iniciado en 2015-2016 y cerraron sus espacios aéreos a vuelos de
Venezuela.
La tensión geopolítica de esos días mundial se centraba en Venezuela y
cuando ingresamos a su espacio aéreo supimos que por lo delicado del
momento, íbamos en el único avión comercial con permiso sobrevolando la
tierra de Bolívar, Miranda y Chávez. En el aeropuerto Simón Bolívar del estado
La Guaira, se percibía el peso del momento.
Llegamos a Caracas. Allí fue nuestra estancia durante todos los
acontecimientos. En la noche del 22, junto a los compañeros abogados Jaime
Flores y Gilberto Solís, notábamos el ambiente de amenaza invasora y
evocábamos en la memoria y nuestros comentarios las imágenes de la
invasión norteamericana contra nuestro pueblo iniciada en las primeras horas
del 20 de diciembre de 1989. Sin embargo, teníamos la sólida convicción de
que en el caso de presentarse circunstancias de gravedad, nos organizaríamos
para garantizar la denuncia internacional y de ser necesario, ofrecer el aporte
de nuestra humilde pero beligerante ayuda en defensa a la soberanía del
pueblo suramericano.
Cabe mencionar que antes del viaje en casa del embajador de Nicaragua en
Panamá, Marvin Ortega, en compañía de Cecilio Simon (Paz a su alma),
recibimos el balance selecto del compañero analista brasileño, Beto Almeida,
fundador de Telesur en Brasil, quien nos comunicó que a esas fechas, en una
reciente reunión, el alto mando militar de Brasil había manifestado a militares
venezolanos que si de ellos dependía, su país a pesar del derechista
Bolsonaro, no sería utilizado en una alianza militar para invadir a Venezuela, lo
cual afectaba sensitivamente los intereses imperiales, quedado solo el aparato
militar colombiano a disposición de Washington.
A través de nuestros generales conocimientos en asuntos geopolíticos y
militares sabíamos que sin la presencia de Brasil y la OTAN, a Estados Unidos
no le sería fácil una invasión y menos ocupación con un gobierno estable, pues
ello implicaría a cientos de miles de soldados yanquis, para enfrentar a 150 mil
uniformados venezolanos, 4 millones de componentes de la milicia bolivariana,
más el movimiento popular. Conocíamos además que Venezuela posee el más
avanzado sistema anti aéreo de América Latina,con los misiles S 300,
comprados a la Federación Rusa, letales para una flota aérea de invasión.
Amaneció el 23 de febrero con una efervescente en movilización de masas
revolucionarias y anti imperialistas en las calles de Caracas. Miles de personas
se volcaron a las arterias principales del municipio Libertador para expresar su
apoyo a las instituciones del estado y al gobierno constitucional. Incluso,
sectores sociales patriotas que se habían distanciado políticamente del
chavismo, dejaron atrás sus diferencias se unieron en las calles a la
movilización en repudio a la amenaza de invasión. Ese hecho fortaleció
nuestro concepto de que estábamos en lo correcto en el momento histórico.
Estábamos a la espera de la información de los sucesos en los puentes de la
frontera colombo venezolana y al sur, la frontera con Brasil.
Desde la mañana del 23 de febrero de 2019 y por encima del mediodía, en los
puentes de la frontera con Colombia, principalmente el puente Simón Bolívar,
se escenificaban hechos de confrontación en donde el aparato de conspiración
internacional instrumentalizó una mezcolanza de choque violento de tintes
callejeros, compuesta por civiles instigadores, grupos paramiltares encubiertos
y comandos militares extranjeros disfrazados de paisanos, con el objetivo de
desarrollar acciones de violencia que quebraran la línea de protección de la
frontera, así como la unidad de la fuerza armada bolivariana en los cuarteles de
los estados fronterizos, a fin de crear fraccionamiento y división interna que
propiciara una cabeza de playa en el Estado Táchira, Venezuela que permitiera
establecer un gobierno paralelo dirigido por el satélite Guaidó, que invocara el
ingreso de fuerzas armadas norteamericanas y colombianas. El acontecimiento
fue bautizado como la Batalla de los Puentes.
De esa manera, los organizadores del complot pretendían darle un manto de
supuesta legitimidad a la invasión. No obstante, hacia las horas de la tarde era
evidente la derrota del plan. No fue rebasada ni quebrada la línea de defensa
venezolana. Supimos que en algunos puntos rurales y menos urbanizados de
la frontera se produjeron enfrentamientos armados con mercenarios, pero
también fueron repelidos por los elementos bolivarianos chavistas, tanto
militares como milicianos al amparo del deber constitucional de defender la
integridad nacional.
El plan de la derecha en los puentes y en el resto del país fracasó por
completo. No pudieron configurar un cuadro de acontecimientos que pudieran
perfilar ante el mundo como una división de las fuerzas armadas, levantamiento
civil o una provocación, para legitimar una invasión de fuerzas militares
colombianas y norteamericanas. En Caracas, la capital, hubo total control en
las calles por parte de las fuerzas populares anti imperialistas movilizadas, la
marcha fue apoteósica y alegre, en la tarima la dirección política del Estado
Bolivariano hizo frente a la situación, la oposición no logró autoconvocarse y en
la frontera se mantuvo la unidad cívico militar, todo lo cual llevó al traste las
esperanzas del Pacto de Lima, en Estados Unidos y las derechas del
continente.
Las imágenes de los medios de comunicación recogieron los rostros afligidos
de los conspiradores reunidos en Colombia, cerca de la frontera. Esperaban el
desplome del Estado Chavista Bolivariano: Sebastián Piñera (presidente de
Chile), Iván Duque (presidente de Colombia), el nefasto Luis Almagro
(secretario general de la OEA) y el auto declarado presidente Guaidó, hoy un
total cadáver político rechazado por el pueblo.
Los pocos militares venezolanos que desertaron y pasaron al lado colombiano
durante la jornada, luego fueron traicionados, abandonados por los
conspiradores y dejados a su suerte en Bogotá. La paga prometida nunca
llegó y pasaron a un estado de práctica indigencia.
En Panamá, la presencia de un grupo de compatriotas panameños expresando
su solidaridad con el pueblo Venezuela ante la amenaza de invasión, provocó
la frustración de elementos pro yanquis y su delirante ataque de quinta
generación en redes digitales. Pero de la misma forma se recibieron opiniones
de apoyo de los progresistas y patriotas de Panamá, por lo que no nos
sentimos solos y nada impidió que el mensaje de amistad Bolivariana del
movimiento popular panameño fuera efectivamente llevado a Caracas. Más
que un gobierno, nos movía espiritualmente en esa hora tan aciaga, la sólida
convicción de rechazar en nombre de la patria de los mártires del 9 enero y del
20 de diciembre, a toda forma la injerencia norteamericana en los asuntos
internos de América Latina y dejar en claro que los destinos de nuestros países
corresponden exclusivamente a los pueblos y que son ellos y no los imperios,
los encargados de solucionar sus problemáticas, en apego al principio de auto
determinación que reconocen las normas de derecho internacional público.
En la actualidad el espectro político latinoamericano de esos años duros
cambió nuevamente producto de las luchas sociales de los pueblos y los
ejecutivos estatales de la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos son
liderados variopintamente por fuerzas progresistas, patriotas y anti
imperialistas. El Pacto de Lima, brazo de trabajo sucio de gobiernos
oligárquicos titiritado desde Washington, fue desarticulado y vemos cono
recobran vigencia organismos latinoamericanos como CELAC y UNASUR,
creados en el primer gran ciclo progresista y revolucionario latinoamericano a
partir de los procesos en la primera década del siglo 21. La década que Álvaro
García Linera, ex vice presidente de Bolivia, denominó como la década de oro
del progresismo latinoamericano. Esa fue la experiencia inolvidable de un
grupo de panameños que participó de la Batalla de los Puentes. La lucha sigue.
Jorge González: panameño. Licenciado en Derecho y Ciencias Políticas.