Cuando los pueblos se cansan

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A más represión, más lucha

Argentina y El Salvador parecen unidos en los últimos años por un mismo tejido de desgracias; particularmente la de sufrir gobiernos de sátrapas y delincuentes. De esas desgracias nacen luchas heroicas.

Sus gobernantes, violadores consuetudinarios de constituciones, leyes y derechos, resultan ser personajes autoritarios y ausentes de empatía hacia el que sufre; mesiánicos y narcisistas, se imitan, alaban y referencian para justificar sus gobiernos, transformados en oficinas de transferencias de recursos públicos a multinacionales y círculos empresariales locales. Son, efectivamente, una desgracia para sus pueblos y una vergüenza para sus países.

El Salvador y Argentina destacan del resto del continente por sus gobiernos de visión neocolonial, con políticas de entrega de la soberanía nacional a la explotación extranjera, dejando a sus grupos económicos locales en posición destacada para seguir expoliando las sobras que dejen las multinacionales, una vez extraída la mayoría de las riquezas.

Promueven mano de obra a precio de remate, consolidando una economía que asegure su prosperidad como grupo económico a costa de la bancarrota social de sus pueblos.

Sus presupuestos enfatizan la destrucción del tejido social, reduciendo al mínimo cualquier inversión social, degradando la educación pública como estrategia para profundizar la dependencia; favorecen las formas más primitivas de explotación capitalista, fortaleciendo la transferencia del capital público al privado. Esperan recibir a cambio el suficiente oxígeno financiero para la consolidación hegemónica de su clase, con una suerte de reseteo y re-estabilización del modelo capitalista neoliberal dependiente en su forma de explotación y despojo más salvaje.

Entre la dignidad y la cobardía

Ante esta ofensiva ciega e inmisericorde de los poderes del capital concentrado y sus peones locales, se alzan pueblos que resisten, por ahora de manera incipiente, insuficiente y desarticulada. Prueba del exitoso trabajo ideológico del aparato cultural dominante, que dinamitó las bases conceptuales del trabajo y la lucha asociativa, construyendo un imaginario social donde reine el individualismo.

Diversos sectores de la sociedad expresan su descontento, en acciones que buscan nuevas formas de organización, de protesta, de lucha, que enfrente con eficacia la fortaleza aparente de los enemigos de los pueblos y de la vida.

Estas últimas semanas han mostrado en los dos países sobre los que nos estamos enfocando (porque son punta de lanza de una ofensiva general del imperialismo), que aquella aparente fortaleza de una derecha extrema en el poder es más discursiva que real, pero sabe explotar siempre dos criterios: fomentar el divisionismo en el campo popular para aplicar el viejo principio de “divide y vencerás”; y utilizar el autoritarismo, la represión y las amenazas para aplastar resistencias, mientras avanza en sus proyectos de reversión social.

En su crueldad se evidencia su debilidad. En la Argentina de Milei, los ataques se centraron sobre los jubilados y sobre la educación superior. En ambos casos buscaron avanzar en el despojo y reversión de conquistas sociales, mientras apuestan al disciplinamiento social, el desprestigio y la destrucción del acceso a la educación de calidad para las grandes mayorías populares, limitando la misma a las élites, destinadas a conducir el país en favor de las clases dominantes.

Pero son precisamente los jubilados y la comunidad universitaria, quienes con su lucha de calle y resistencia ponen en evidencia no sólo al aparato represivo y los planes de miseria y entrega al capital internacional, sino también la miserable actitud de los políticos institucionales y la burocracia sindical, expresada en la infame CGT, con su legendaria tradición burocrática y de traiciones al pueblo en lucha.

La resistencia, dispersa aún, desigual y asimétrica, deberá encontrar su rumbo, pero no es poca cosa dejar en evidencia los enemigos externos y, sobre todo, los internos, aquellos que desde corrientes sindicales vendidas a la patronal y al gobierno negocia sus privilegios a costa del sacrificio de quienes decían representar.

Las luchas de hoy, como las de ayer contra otras dictaduras, defienden la Patria frente a quienes, de espaldas a las luchas, prefieren ocuparse de “internas”, ajenas a las necesidades de un pueblo al que usan desvergonzadamente en sus discursos.  

En El Salvador, intereses corporativos internacionales se suman a los del grupo burgués emergente que pretende convertirse en la nueva oligarquía local, dueña y señora de los destinos del país, sus recursos y gente.  

A fuerza de represión, con el régimen de excepción como herramienta de persecución política, social y sindical, el régimen ha pretendido mantener a raya al pueblo, mientras avanzaba en sus políticas de despojo, desorganización social, y su proceso de acumulación por desposesión, transfiriendo capitales del ámbito público al privado.

A pesar de su concentración de poder, a pesar de las más de 300 muertes ocurridas en las cárceles y de los discursos populistas y autoritarios, desde el inicio del gobierno ilegal del segundo mandato, los despropósitos del oficialismo ya no causan el mismo efecto. Se trata del despertar gradual de un pueblo cansado de mentiras, pero sobre todo harto de que le roben sus escasos recursos para seguir engordando las cuentas de burgueses y nuevos ricos impresentables.

La gota que colmó el vaso fue la aprobación de un presupuesto profundamente injusto, que aplasta los derechos adquiridos de miles de trabajadores.

Como en Argentina, en El Salvador también empiezan a dividirse las aguas entre quienes luchan y quienes traicionan los intereses del pueblo que dicen defender. La batalla por el escalafón salarial en Salud y Educación representa la defensa de un abanico mucho mayor de derechos pisoteados.

No se trata sólo de una cuestión laboral; las y los trabajadores que marcharon este 19 de octubre por las calles de San Salvador lo hicieron en defensa de todo el pueblo; defendían su salario, pero también la salud, a la que el pueblo tiene derecho y se ve amenazada por los recortes. Igual sucede con la educación, degradada sistemáticamente en su calidad porque no es un objetivo del gobierno tener un pueblo educado, sino lo suficientemente ignorante para que pueda ser manipulado.

La nutrida «Marcha Blanca» del pasado sábado tiene también un valor simbólico extraordinario porque hasta el último minuto fue saboteada por el gobierno, que intentó dividir el frente trabajador comprando voluntades, detectando traidores potenciales y llegándoles al precio. Los que cayeron en la trampa no se convirtieron en traidores, lo eran desde antes, pero hoy quedaron en evidencia.

Los sindicatos que se plegaron a las presiones oficiales pasarán a la historia de la infamia; sus nombres serán recordados con desprecio porque sus siglas, que una vez fueron heroicas y representaron luchas genuinas, hoy solo merecen repudio.

Intentaron ocultarse bajo un nombre genérico, Unidad Magisterial Salvadoreña, pero detrás de la fachada figuran los verdaderos agentes del gobierno disfrazados de sindicalistas:  Bases Magisteriales, ANDES 21 de Junio, Docentes Haciendo Historia, Nuevas Ideas Magisterio Salvadoreño, Sindicato de Maestros y Maestras de la Educación Pública de El Salvador (SIMEDUCO), Sindicato de Docentes por una Educación para Todos, y Sindicato de Trabajadoras y Trabajadores Administrativos y Docentes del Ministerio de Educación de El Salvador.

Frente a la cobardía y la sumisión se alzó la rebeldía y, con orgullo, las y los docentes conscientes ignoraron la desmovilización propuesta por los esquiroles y se unieron al sindicato que, con coherencia, mantuvo la convocatoria. Es preciso también nombrarlo para recordarlo con orgullo y sumarse en las luchas futuras: el Frente Magisterial Salvadoreño (FMS) marchó junto a los trabajadores de salud. También los miembros de la Coordinadora Intergremial Rafael Aguiñada Carranza (CIRAC) se hicieron presentes, entre otras organizaciones populares.

Con los sindicatos de Salud también marcharon agrupaciones sindicales de la Corte Suprema de Justicia, y mujeres y hombres del pueblo que, desde sus carteles, declaraban su solidaridad y compromiso, pese a no pertenecer a ninguna de esas áreas de actividad laboral.

Poco a poco, como una mancha de aceite, la inconformidad y la protesta se extienden por el territorio nacional. Se demostró en las delegaciones de trabajadores de lejanos departamentos que se identificaban con sus banderas y carteles.

La acumulación de fuerzas en el campo popular ha comenzado hace años, pero sin duda se ha intensificado a partir de la inconstitucional toma de posesión del régimen usurpador, el pasado 1 de junio. Las luchas no se dan solo en las calles. Esta semana, una enorme victoria se adjudicó el campo popular con la liberación de los cinco compañeros ambientalistas, injustamente detenidos por defender a sus comunidades frente al acoso de la mineria metálica.

Es preciso también nombrarlos, porque sus nombres son ejemplo de lucha y persistencia, junto a toda la comunidad de Santa Marta: Pedro Rivas, Antonio Pacheco, Saúl Rivas, Miguel Gámez y Alejandro Laínez. Las causas inventadas por el gobierno y sus títeres fueron aplastadas por la razón, pero sobre todo por la presión popular, nacional e internacional, que reclamó el fin de semejante injusticia.

Fue solo una batalla ganada, en medio de innumerables batallas perdidas a fuerza de atropellos e ilegalidades, pero es una señal de que las cosas empiezan a cambiar. Las ruedas del reloj no giran ya a favor del régimen criminal que gobierna El Salvador, como tampoco parecen girar a favor de los Milei y su banda de delirantes y delincuentes.

Finalmente, también el campo internacional continúa siendo adverso para estos nefastos personajes. Esta semana se supo del rechazo de la Corte Suprema de Justicia de Costa Rica a recibir al usurpador salvadoreño durante su próxima visita oficial a aquel país. Las razones: violaciones sistemáticas a los derechos humanos, eliminación de la división de poderes y haber colocado al sistema de justicia salvadoreño a la orden y voluntad del régimen en el poder.

La dignidad también se contagia, en especial cuando los pueblos se cansan y levantan sus puños en unidad, dispuestos a la lucha.