Cultura del debate y desarrollo de pensamiento crítico en la sociedad, como ruta de transformación

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Lourdes Argueta
Abogada

En el actual contexto socioeconómico del país, es inevitable hacerse preguntas que parecen ingenuas, como, por ejemplo: ¿Será que hay quienes aun viviendo en la miseria o difíciles condiciones, creen que hay un nuevo El Salvador? ¿Será que hay gente que cree que el dinero está alcanzando porque nadie roba? ¿Será que la propaganda fantasiosa desde el oficialismo pesa más que la sabiduría popular? Por muy ingenuas que parezcan, lo cierto es que hay personas que ni cuenta se dan de lo que pasa en el país. Esta situación tiene múltiples razones.

Por una parte, la falta de interés por informarse e indagar sobre la realidad nacional de un buen porcentaje de personas, como un reflejo condicionante del poder que ejercen las ideas de la clase dominante, de la clase social que a conveniencia mantiene a la gente distraída con cualquier medio o instrumento para evitar que conozca, que se sensibilice, que adquiera conciencia de clase y luche por sus derechos y reivindicaciones. Estas personas que suelen no interesarse en lo que pasa, es el producto de mayor calidad para la continuidad del sistema capitalista.

Esta condición históricamente se ha impuesto y se perfecciona cada vez más; ahora, con el uso de la tecnología, los niveles de dispersión, de desinformación, de tergiversación y manipulación son aún mayores y más peligrosos, porque conducen a la humanidad a la permisibilidad de todas las formas abruptas y sutiles de dominación laboral, económica, patrimonial, jurídica, social, política, cultural, como una forma pasiva de legitimación del estado actual de las cosas.

Pero no todas las personas están en esa condición, hay quienes sí se informan y analizan permanentemente la realidad, pero desde una visión de clase instalada en el subconsciente, producto de su entorno social de desarrollo, en la escuela, la familia, el trabajo, la religión que profesa, en la comunidad, poder adquisitivo, vínculos, relaciones, influencias etc., que van formando día a día una concepción de alienación o de identidad auténtica a su origen de clase, por lo que su análisis se corresponderá a partir del ángulo en que se encuentren, y de la capacidad para profundizar sobre aspectos que se conocen de manera superficial o para lo que han sido formados.

Esto último debe subrayarse, porque vemos férreos defensores de los intereses ajenos a los de las grandes mayorías, y muchos de ellos provienen de cuna humilde, pero los utilizan para dar una apariencia de inclusión y con ello legitimar la defensa al sistema dominante. Hay muchas plumas pagadas para hacer pintar una realidad o condición que no es, y para que esto se instale como cierto necesitan que los primeros que comentamos sean las grandes mayorías, los que poco o nada se informan, o consumen la información que a la elite social, económica y política le interesa que conozca, independientemente sea parcializada.

Un desafío cultural es lograr el desarrollo masivo de la capacidad analítica y pensamiento crítico, propositivo y constructivo en la sociedad; eso nos acercaría a la generación de consciencia social, que es a lo que le temen los que se creen los dueños del mundo y sus fuerzas serviles en cada país, porque un pueblo que conoce objetivamente la realidad, tiene identidad y consciencia de clase, no lo engañan fácilmente. Sobre esto se podría profundizar aún más para exponer el rol de la institucionalidad estructural del Estado en garantizar la reproducción del sistema mediante diferentes instrumentos sociales, jurídicos, mediáticos, entre otros.

Todo esto no es casual, es premeditado, hay quienes se benefician de la oscuridad en la que vive la mayoría, porque es un público receptor del engaño sistemático o simplemente los entretienen, mientras les hacen creer que alguien más trabaja por resolver sus problemas. Esa es la esencia de la democracia representativa, burguesa, el carácter delegativo del pueblo a los funcionarios públicos para que en su nombre se encarguen en decidir y actuar sin ningún tipo de vigilancia ni rendición de cuentas, sin mayores controles ni auditorias fiscales o de transparencia. ¿Qué tipo de democracia es esa? Una democracia que excluye, que reproduce una práctica en sus representantes de simulación y evasión a la misma vez sobre su función o desempeño, entre otros vicios propios de una democracia meramente institucional.

Por ejemplo, en nuestro país el gobierno de turno hace y deshace a su conveniencia sin ninguna explicación al pueblo, como lo hemos visto recurrentemente por años, pero limitándonos a los acontecimientos recientes señalamos el golpe a la Universidad de El Salvador, a la que pretenden mantener un presupuesto de $114 millones al igual que lo asignado en el presupuesto general en curso, y del que aún le adeudan $45 millones, lo que ha afectado el funcionamiento general del recinto universitario e impacta directamente en la planta docente y el estudiantado.

En esa misma lógica, hemos conocido sobre la reducción al presupuesto de carteras principales como educación, salud, seguridad y defensa, a las que en conjunto la reducción presupuestaria es de $336.2 millones de dólares, respecto al monto presupuestado para el año 2024; además de otras medidas como el congelamiento de los escalafones de salud y educación, que tendrá un impacto negativo. Y así, sucesivamente podemos ampliar una cantidad de decisiones o medidas en las que el gobierno actúa impunemente, no rinden una explicación porque no la tienen; y para rematar, son pocos los sectores organizados que reclaman no solo una respuesta, sino rectificación.

Mientras no avancemos en promover y desarrollar una cultura de debate y pensamiento critico en la sociedad, seguirá existiendo una base de apoyo al régimen que defienden a ultranza y otros que con su silencio o “desinterés” legitiman este modelo de democracia y representación gubernamental. La izquierda tenemos mucho por hacer.