Cada día somos testigos de la injusticia en todos los ámbitos de la vida, tanto a nivel interno como internacional, porque hay pueblos enteros que claman un cese al fuego, a la represión, al genocidio, al bloqueo, a la injerencia, pero también a la indiferencia a sus pesares y sufrimientos.
Estamos evidenciando lo que una extraordinaria revolucionaria advertía en el año de 1916 en plena I Guerra Mundial: “Socialismo o Barbarie”. A 108 años de ese análisis profundo sobre la crisis estructural del sistema capitalista que nos encaminaba a la autodestrucción de la humanidad y sus valores, así como de la misma naturaleza, podemos darnos cuenta que se ha concretado la segunda posibilidad que advertía.
Esto nos debe hacer reflexionar y decidir sobre la dirección de nuestra lucha, la de quienes asumimos un compromiso por la trasformación profunda de la sociedad, por quienes comprendemos que dentro del sistema capitalista solo aceleramos esa autodestrucción y que es urgente que definamos el curso de nuestro proceso, a nivel local y con las contribuciones de todos los pueblos para frenar las atrocidades que se cometen con total impunidad, por gobiernos y las elites del poder económico a nivel mundial que se imponen ante la débil y fragmentada lucha de quienes decimos representar a los más vulnerables, a los más pobres, a los que aguantan y resienten la injusticia de vivir en un sistema tan cruel.
No falta quienes cuestionen o traten de deslegitimar nuestro señalamiento al sistema, porque lamentablemente viven en las tinieblas, la oscuridad no les permite asumir consciencia social, consciencia de clase, porque el sistema múltiple de dominación que reina en la sociedad, impone percepciones, crea ilusiones, fantasías, tergiversa la realidad, aliena pensamientos, y construye identidades o prejuicios como sistema de bloqueo ante cualquier posición crítica al estatus quo de la sociedad capitalista.
Lo cierto, es que se trata de una agenda que no solo mantiene en la oscuridad, sino que a muchos los corrompe o los neutraliza, lo cual se ve reflejado en expresiones de desprecio o de indiferencia, como la indiferencia al brutal genocidio contra el pueblo palestino, o al saqueo, esclavitud y explotación contra los pueblos africanos que resisten valientemente y demuestran que tienen la voluntad y fuerza para lograr su verdadera liberación y autodeterminación, qué decir del inhumano y criminal bloqueo al pueblo cubano que con mucha dignidad y firmeza defiende la soberanía y la nobleza de su revolución social. Y así, la lista es bastante extensa de todos los registros históricos de las distintas formas de intervenciones, persecuciones, atentados, bloqueos, saqueos, etc., contra la humanidad.
Al final, quienes pagan los platos rotos, como dice el dicho popular, seremos siempre los pobres y quienes viven en mayores niveles de vulnerabilidad. Esta realidad nos cala a la izquierda en cualquier parte del mundo, porque la lucha para detener tanta injusticia se ha pretendido desarrollar con mayor énfasis, desde los espacios de poder político institucional. Llegamos a gobiernos a suponer que la burocracia del Estado se pondrá en función de hacer una revolución social, es paradójico, pero cierto. Nos duele que esos espacios no se hayan aprovechado para radicalizar más los procesos de transformación. Y esa es en parte la historia más reciente de parte de la izquierda latinoaméricana que ha gobernado desde una visión superficial y timorata.
Las conveniencias políticas es un factor, que resalta cuando llegamos a esos espacios en una posición de debilidad, por la no definición colectiva del rumbo de la transformación social, entre otros males y debilidades que no es de lo que precisa abordar por ahora, porque lo que pretendo resaltar, es lo que nos cuesta a la izquierda definir una sola dirección, y nos préstamos a la dispersión y atomización de la lucha. Y en el fondo, es un problema de visión política e ideológica.
El desafío para la izquierda, quizás uno de sus principales, es poner al centro de toda su actuación política y social la lucha de clases. Si este elemento no está al centro de nuestra dirección, por más esfuerzos loables que se realicen, no concretaremos mayores aportes en el tránsito de la sociedad a construir. Y es preocupante el desprecio a la formación política e ideológica, y un desbordado empirismo y voluntarismo que no consolida mucho y que promueve intereses oportunistas en algunos casos.
Rosa Luxemburgo al igual que Lenin, planteaban que sin teoría revolucionaria no habrá practica revolucionaria. Los hechos hablan por sí mismos, por lo que una estrategia de recuperación y construcción de poder político, no puede asumirse de una forma tan superficial y dejándose arrastrar por la corriente del sistema. Ahora, y sin menospreciar el uso de las herramientas tecnológicas, pero se está incubando una visión “moderna” que nos aleja más del pueblo. Desde mi punto de vista debe buscarse la combinación de distintos métodos y vías para el desarrollo del trabajo social y político; pero nuestra práctica siempre será el reflejo de nuestras visiones e intereses, por lo que el debate debe ser un elemento esencial para la definición de nuestra lucha.
Pero, ¿un debate entre quienes? Y aquí podemos seguir perdiendo tiempo y energías, en la medida que nos sigamos desconociendo, o nos sigamos atomizando. Y esa atomización, también es parte de la estrategia del sistema, que nos divide a partir de la multiplicidad de agendas, que nos encasillan en luchas reducidas a los intereses de un sector, y que empaña la posibilidad de ver y asumir de manera integral la lucha de clases en su conjunto, desde sus múltiples expresiones de dominación.
Y mientras en la izquierda nos ponemos de acuerdo en cómo le vamos hacer para reponernos, acumular y desarrollar la fuerza y correlación necesaria para incidir en las trasformaciones estructurales de la sociedad, seguiremos asumiendo con dolor, la incapacidad de no poder detener las diferentes expresiones de injustica en la sociedad. Los casos más recientes en nuestro país, como el desfalco de la cooperativa COSAVI, los desalojos en los comerciantes en la playa Costa del Sol, y los ya recurrentes e ignorados desalojos de los comerciantes del centro histórico sin que se les dé ninguna alternativa, entre muchas injusticias más.
El desafío es mayúsculo y debemos procurar el mayor grado de unificación de criterios y actuación en la lucha.