La clase obrera, por las condiciones mismas de su vida y su trabajo, es también la que más se presta a la organización.
El trabajo en las grandes empresas habitúa al obrero al espíritu de colectivismo, a una severa disciplina, a las acciones conjuntas y a la solidaridad, virtudes inestimables no sólo en el trabajo, sino también en la lucha.
Los propios capitalistas, al reunir a miles de obreros bajo el techo de sus fábricas, que además suelen estar situadas en grandes ciudades, contribuyen a superar la dispersión y el aislamiento que pesaban como una maldición sobre los otros movimientos de masas de los trabajadores, y en especial sobre el movimiento campesino.