Publicado en 12 Julio 2023
La Revolución Bolivariana se instauró en el poder con la llegada del Comandante Hugo Chávez a la presidencia de la República el 2 de febrero de 1999. Política, sociológica y culturalmente, el chavismo comenzó a configurarse el mismo 4 de febrero de 1992. De la mano de los movimientos de izquierda de los 60 y 70, de la resistencia heroica y ejemplar de Cuba, el ideal de ser como Fidel, el Ché o Salvador Allende, las aspiraciones y esperanzas de construir un mundo distinto, mejor, se venían tejiendo de tiempo atrás.
Pero EE.UU. no iba a dejar que se construyera una alternativa en sus narices, como le había pasado con Cuba. Por eso al presidente Maduro le ha tocado hacer frente a una de las más difíciles situaciones por las que haya atravesado la patria en toda su historia republicana. La aplicación de 930 medidas coercitivas unilaterales contra Venezuela por parte del hegemón del norte y sus aliados europeos han provocado la caída del ingreso y de la producción nacional, además del robo descarado de activos como Citgo o el oro depositado en el Banco de Inglaterra. Para lo que no han servido las medidas coercitivas unilaterales es para quebrar al pueblo de Venezuela, para “torcerle el brazo”, como quería Barak Obama.
La respuesta hay que buscarla en la razón ética que sustenta a la Revolución Bolivariana.
Chávez llegó a la presidencia no sólo con la promesa de hacer un gobierno basado en el imperativo ético de ser transparente, honesto, justo. Su propuesta también incluía la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente que refundara la república. El 15 de diciembre de 1999, el pueblo venezolano efectivamente refrendó en consulta popular la constitución elaborada por dicha ANC, que consagra, entre otras cosas, que “la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo” (Art. 5).
Decía Herbert Marcuse, en su ensayo Ética y revolución (Ética de la revolución, 1970, Taurus), que «conceptos éticos tales como “legítimo” o “bueno” […] aplicados a movimientos políticos […] [deben servir] para establecer, promover y aumentar la libertad y la dicha del hombre [y la mujer] en una comunidad». De allí que, en nuestra opinión, la razón ética de la Revolución Bolivariana no es otra que la construcción de la democracia participativa y protagónica. No es sólo un imperativo a cumplir por un gobierno; es la razón que guía todo el ejercicio político del pueblo.
La democracia participativa y protagónica se construye en cada espacio, cada día, a todas horas, con el aporte de todas y todos. Habría sido absurdo que en 1999 el pueblo de Venezuela democráticamente hubiese rechazado una propuesta que reconocía el ejercicio del poder popular. Para mala suerte de hegemones, el pueblo venezolano escogió la razón ética de ser libre y soberano.
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