La asociación del bando derecho con las clases más ricas y la izquierda con la base popular tiene su origen en la Asamblea Nacional del parlamento Frances. El año 1789 marcó el inicio de la Revolución Francesa, una revuelta que cuestionaba el poder de la monarquía y quería acabar con los privilegios de la aristocracia y que aun prevalece como tarea pendiente.
Los meses de agosto y septiembre de ese año, los miembros de la Asamblea tuvieron que votar sobre el veto real, es decir, si el rey de Francia debía tener la capacidad de rebatir cualquier ley, aunque hubiera sido aprobada por mayoría en el parlamento. Durante la votación, los nobles y el clero (las clases más ricas y partidarias de la monarquía) se situaron a la derecha del presidente de la Asamblea, mientras que los revolucionarios, contrarios al veto real, se situaron a la izquierda.
Este posicionamiento político se extendió por el continente y hoy día todavía existe en muchos países de Europa: republicanos y socialistas en Francia, conservadores y laboristas en el Reino Unido, liberales y socialistas en Bélgica o populares (PP) y socialistas (PSOE) en España.
Como un reflejo de los polos ideológicos los pueblos, particularmente de América Latina, reducidos a lo largo de la historia a la postergación u olvido de esas democracias que son electorales, pero jamás sociales, reaccionan y abrazan hoy discursos que desde las tribunas proselitistas son al menos desde la perorata humanos y sensibles a las necesidades de las grandes mayorías que en su conjunto son los pobres del mundo.
Hoy esos pueblos no se quedan con la democracia política, esos pueblos quieren la democracia social, porque aspiran a una educación y salud pública que forme y atienda con calidad humana, distante del interés comercial; Esos pueblos quieren una sociedad más justa, equitativa e incluyente como modelo de crecimiento nacional y personal; Esos pueblos además de elecciones, libertades, derechos humanos, quieren también vivir dignamente con el acceso a los servicios que todo ser humano requiere.
En américa latina que es nuestro patio, no el de los anglosajones, hay tres revoluciones que en su orden hoy son la inspiración de pueblos entusiasmados por la esperanza. La revolución cubana de 1959, la revolución sandinista de Nicaragua de 1979 y la revolución bolivariana de Venezuela de 1999, curiosamente con distancias de 20 años entre una y otra, lograron a través del tiempo, de sus radicales y profundas transformaciones, convertirse en émulos para naciones que a través de sus ciudadanos hoy demandan poner freno a la voracidad egoísta de los pudientes y poderosos que con cada ascenso al poder llenaron los bolsillos propios y los de las élites que los subieron no para contribuir al desarrollo de la nación y de los connacionales sino para arrebatar de la boca el pan a los hambrientos.
Esta bárbara iniquidad e injusticia donde solo traga el que tiene más galillo hizo aflorar una profunda desilusión que se expresa crítica contra los partidos políticos tradicionales que a lo largo de su existencia propugnaron solo por el crecimiento del capital, pero no de la dignificación humana.
Esto es tan bochornosamente cierto que hasta el Papa Karol Wojtyla, Juan Pablo II, tuvo que sentenciar, a pesar de la íntima relación del Vaticano con sus grandes contribuyentes, los banqueros, que el capitalismo salvaje siempre fue el origen y la esencia de las injusticias sociales que históricamente han sido cometidas por los que suman y multiplican monedas, pero los que siempre restaron al trabajador el derecho a la dignidad personal.
Esto que planteo trae con más recurrencia la discusión entre lo que es la derecha y lo que es la izquierda desde el punto de vista político e ideológico que son aspectos que nos definen como ciudadanos respecto a nuestros valores y nuestra forma de pensar.
En nuestra américa latina fecundamente indígena y rebelde, desde 1960 hasta nuestros días, hay una evidente reacción a la política tradicional que como modelo impuso Washington a gobiernos peleles para que nos la aplicaran a nuestros pueblos y de tanto ir y venir nos cansamos y hoy somos millones y millones que creemos que la visión progresista ya rompió las cadenas de la opresión.
Oímos hablar de políticas de izquierda y de derecha, pero, ¿qué es una y qué es otra? Antes que todo hay que decir en primerísimo lugar, que estas políticas son diferentes en cada país, dependiendo de la forma en que esté organizado el gobierno, sus leyes y sus instituciones.
Ahora mismo hay en américa latina un aparente resurgimiento de la “izquierda”, al menos con ese cliché se mercadearon algunos que desde el proselitismo electoral se vendieron como grandes transformadores y visionarios y no hay duda que representaron un discurso novedoso por el cual hubo pueblos que votaron, pero que a la vuelta del tiempo terminaron frustrados porque hay una gran diferencia entre el ofrecer y el hacer, entre el querer y el poder, entre el reaccionar y el gobernar.
Con el reciente triunfo de Gustavo Petro, Colombia se suma a la nueva ola de gobiernos de “izquierda” que llegan al poder en América Latina y se suman Chile, Honduras y Brasil con la reelección de Ignacio Lula D´Silva.
Asteriscos interesantes de lo que expreso y motivo de satisfacción en muchos sectores progresistas es que Colombia jamás en su historia había votado por alguien de una “izquierda” que supone y reitero supone la conformación de un nuevo eje ideológico con sus homólogos de México, Manuel López Obrador, de Chile, Gabriel Boric, y de Argentina, Alberto Fernández, quienes fueron los primeros en saludarlo.
Vistas las cosas así una nueva ola de “izquierda” surgió en la región y muy distinta a la primera, entre 2000 y 2010, porque esta aparentaba ser más fuerte dado los desafíos que son monumentalmente gigantes y no hay duda que en ello incide el pésimo manejo de la pandemia que solo fue exitoso en países bajo revolución como Cuba, Nicaragua y Venezuela y claro el sufrimiento económico de los pueblos y el aumento descomunal de la desigualdad entre ricos y pobres como consecuencia de la voracidad de las élites y de las garras delictivas del imperio.
En la década del 2000, la izquierda ganó presidencias decisivas, como Hugo Chávez, en Venezuela; Lula da Silva, en Brasil; Néstor Kirchner, en Argentina; Michellle Bachelet, en Chile, José Mujica, en Uruguay, Evo Morales, en Bolivia; Rafael Correa, en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua. Sin embargo, hay diferencias entre todas estas izquierdas porque mientras unas fueron profundamente revolucionarias, que desde sus cimientos transformaron todo, otras no pasaron de ser electorales porque sus discursos de plaza pública no pasaron de ser una propuesta que se estrelló con lo que ya tenían establecido históricamente, lo que se agravó por no contar con el auxilio legislativo de parlamentos dónde algunos tuvieron apenas escasos representantes o peor aún sin ejército ni policía para enfrentar las amenazas de los perdedores que expresándose desde la derecha apuntaban al derrocamiento de los que además eran visto, cuando no, como una amenaza contra Washington, que hacía como que reconocía, pero por debajera financiaba a organismos no gubernamentales o a políticos tradicionales para bajar del poder cualquier cosa que apuntara a la izquierda.
Hay una gran diferencia entre ser neoliberal y ser progresista, entre ser de derecha y ser de izquierda, pero hay más diferencia entre una revolución transformadora y humana con un gobierno que proclamándose de izquierda lo primero que hace para mantenerse en el poder es bajar la cabeza ante Washington.
Gobernar para la sociedad o el individuo es un tema de enfoque según la ideología que se tenga. Según la izquierda, para que un país funcione hay que fortalecer el conjunto de la sociedad y los servicios básicos como sanidad, sistema educativo, pensiones, carreteras, producción, comunicaciones, inclusión, programas sociales, ley y orden, mientras que la derecha sitúa al individuo en el centro de sus políticas únicamente para temas como elecciones, libre mercado, derechos humanos y fortalecimiento empresarial. Así, a grandes rasgos, la ideología de izquierda desarrolla sus políticas pensando en la sociedad, definida como un conjunto de personas que forman una comunidad. Por eso algunos gobiernos o partidos de izquierdas se definen como socialistas y además en nuestro caso cristiano y solidario.
Las medidas de izquierda tienen como objetivo crear un estado del bienestar del que puedan beneficiarse todas las personas. Este sistema está sufragado por los impuestos que pagan los ciudadanos, cada uno en función de sus posibilidades. Aquí por supuesto los ricos pagan más que los que ganan menos, pero ahora los que siempre tuvieron menos, son atendidos desde el sector público con dignidad, pero también con gratuidad.
Por otro lado, la ideología de derechas está más centrada en el individuo y la iniciativa privada. Los gobiernos de derechas favorecen la economía de las empresas para que sean éstas las que generen la riqueza del país creando beneficios destinados únicamente al crecimiento de capital de los empresarios lo que crea la falsa visión de un país desarrollado que en realidad esconde la inmensa miseria que viven sus pueblos y un espejo dónde ver tan tremenda verdad es el propio Estados Unidos que por mil razones hoy se encuentra a las puertas de una “estanflación”, que es el estancamiento económico, la persistente alza de los precios y el aumento del desempleo en niveles nunca vistos.
Este tipo de políticas se definen como liberales, porque los que gobiernan no hacen nada, intervienen el mínimo posible porque temen a la reacción del gran capital porque la visión que tienen del funcionamiento del Estado gira solo en torno al valor del dinero. Por eso, los gobiernos de derecha, suelen beneficiar más a los empresarios, (porque son los que generan dinero), que a los trabajadores.
En Nicaragua como en Cuba que nos antecede y Venezuela que nos sucede, vivimos una revolución desde hace casi 44 años y eso nos hace no de izquierda sino revolucionarios porque transformamos desde sus raíces el estado que teníamos y desde una visión social y progresista incluimos al pueblo en las decisiones a tomar por lo que ahora tenemos aun pueblo presidente. En ese sentido tenemos que vivir, desde el propio concepto que de izquierda tenemos, la realidad de nuestro presente y futuro siendo lo que somos y no lo que otros, aunque lo quisieran ser, no lo son. Me refiero a los que alcanzaron el poder con un discurso de izquierda y lo primero que hacen, como consecuencia de sus propias realidades políticas, que también debemos entender, es abrazarse al emperador porque lo contrario es perder el poder.
De esas izquierdas emergentes se llena América Latina que con el ascenso de supuestos progresistas irremisiblemente cae en el estancamiento que siempre hemos padecido, el de los cambios que no cambian nada y por eso abrazando la esperanza de los pueblos que demandan opciones diferentes a las ya conocidas, nosotros debemos estar claros que la voluntad política que nos ha permitido avanzar en Nicaragua, como nunca en nuestra historia, representa un modelo propio, que se construye como una respuesta a la criminal agresión norteamericana, la que nos observa como enemigos porque ni pudo antes, ni puede ahora, ni podrá nunca doblegarnos, sin que eso signifique que no deseemos relaciones amistosas partiendo de un entendimiento civilizado dónde sea el respeto lo que esté sobre la mesa y sobre todo la comprensión y claro entendimiento de que ni somos colonias ni somos estados asociados de nadie.
Fuente: diariobarricada.com