Fidel y el marxismo de la Revolución Cubana: rebelión contra los dogmas (Parte I)

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Por: Frank Josué Solar Cabrales

Los caminos del marxismo revolucionario en la Cuba de la década de 1950 discurrían fuera de los cauces del Partido Comunista. La confluencia de una serie de factores contribuyó a que esa agrupación no fuera un instrumento eficaz de vanguardia para llevar adelante un proceso de transformaciones

Esta es una doctrina revolucionaria y dialéctica, no una doctrina filosófica; es una guía para la acción revolucionaria, y no un dogma. Pretender enmarcar en especies de catecismos el marxismo, es antimarxista.
La diversidad de situaciones inevitablemente trazará infinidad de interpretaciones. Quienes hagan las interpretaciones correctas podrán llamarse revolucionarios; quienes hagan las interpretaciones verdaderas y las apliquen de manera consecuente, triunfarán; quienes se equivoquen o no sean consecuentes con el pensamiento revolucionario, fracasarán, serán derrotados e incluso suplantados, porque el marxismo no es una propiedad privada que se inscriba en un registro; es una doctrina de los revolucionarios, escrita por un revolucionario, desarrollada por otros revolucionarios, para revolucionarios.

Fidel Castro, 3 de octubre de 1965.


Los caminos del marxismo revolucionario en la Cuba de la década de 1950 discurrían fuera de los cauces del Partido Comunista. La confluencia de una serie de factores contribuyó a que esa agrupación no fuera un instrumento eficaz de vanguardia para llevar adelante un proceso de transformaciones. Aunque generalmente se ha atribuido esta incapacidad al anticomunismo rampante propio de la época de la guerra fría y el macartismo, sus causales deben buscarse sobre todo en el rechazo a la degeneración burocrática que había sufrido la Unión Soviética luego de la llegada al poder de Stalin, y a los errores cometidos en su trayectoria política, que le habían enajenado el apoyo de amplios sectores populares.

Para la joven generación de revolucionarios de los años cincuenta el partido de los comunistas no solo era aquel que había pactado con Fulgencio Batista en 1940, sino también el que había mantenido a lo largo de esa década una política reformista, de adecuación a los límites de la democracia liberal, y el que frente al golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 planteaba un frente unido de los partidos opositores para la participación electoral y la movilización de masas, en dirección contraria a una salida insurreccional. Si el Partido Socialista Popular (PSP) había pasado a la ilegalidad bajo el batistato se debía en lo fundamental al clima reinante de guerra fría, no porque su praxis y sus objetivos constituyeran una amenaza revolucionaria a la dominación de la burguesía. El partido que detentaba la representación oficial del marxismo en Cuba contaba con una militancia de esforzados luchadores, cuya disciplina y entrega en el combate por demandas concretas de los trabajadores eran proverbiales, pero no se proponía una alternativa de ruptura violenta con la dictadura, y condenaba sistemáticamente, al menos hasta 1958, cualquier tentativa de insurgencia armada. Al decir del Che: «son capaces de crear cuadros que se dejen despedazar en la oscuridad de un calabozo, sin decir una palabra, pero no de formar cuadros que tomen por asalto un nido de ametralladora».(I)

El partido que, en teoría, debía organizar a la clase obrera para tomar el poder y encabezar una revolución socialista se encontraba inhabilitado para esa tarea. Esta situación explica que la vanguardia política e intelectual de la nueva hornada de revolucionarios, movida por aspiraciones socialistas de transformación, al mismo tiempo rechazaba el marxismo de origen soviético y su representante nacional. Estos jóvenes, para llevar adelante sus ideales de redención y justicia social, buscaban sus principales referentes ideológicos y políticos en la tradición del socialismo cubano, que desde la década del veinte había existido en paralelo con la vinculada a las directrices comunistas salidas del Kremlin:
En el proceso histórico del socialismo como política revolucionaria en Cuba existieron dos líneas que están claramente definidas: la de un socialismo cubano, que encuentra su expresión mayor en las décadas de los años veinte y treinta del siglo XX en Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras, y la de un socialismo inscrito en el movimiento comunista internacional. Mella y Guiteras encontraron el camino del socialismo cubano: antiimperialismo intransigente, ideal comunista, insurrección armada, frente revolucionario y ganar en la lucha el derecho a conducir la creación del socialismo.(II)

Solo entendiendo las influencias y expresiones ideológicas del socialismo cubano en esta generación se puede comprender la madurez de un documento como ¿Por qué luchamos?, testamento político de los hermanos Luis y Sergio Saíz Montes de Oca, dos adolescentes de un pequeño pueblo de Pinar del Río, asesinados el 13 de agosto de 1957.

La pretensión de emprender una revolución socialista en Cuba mientras se condena tanto al capitalismo draconiano y explotador como al «falso paraíso del trabajador» de la Rusia Soviética no es un planteamiento extraño ni un «destello luminoso», sino el reflejo de la organicidad de una corriente de pensamiento extendida entre los jóvenes insurreccionales de los cincuenta. Sus críticas al socialismo de corte estalinista son de izquierda, no provienen de un anticomunismo ramplón. Ellas le señalan, por el contrario, no ser suficientemente revolucionario ni socialista.

En la misma cuerda se ubican los manifiestos programáticos de fuerzas insurgentes tales como el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y el Directorio Revolucionario (DR), donde se encuentran referencias al socialismo como meta de sus luchas.(III)

El cuadro descrito más arriba revela la complejidad del contexto en el cual se produjeron los acercamientos iniciales del joven Fidel Castro al marxismo. Su primera lectura de un texto marxista, cuando cursaba el segundo o tercer año de sus estudios universitarios, a finales de los cuarenta, fue El Manifiesto Comunista, que le causó una profunda impresión:
Tendría 20 años cuando entré en contacto con la literatura marxista; era una mentalidad virgen, no deformada y muy receptiva, una especie de esponja condicionada a lo largo de toda mi experiencia — desde que pasé hambre a los seis o siete años, desde que era muy niño — , de todas mis luchas (…) Le encontré una gran lógica, una gran fuerza, un modo de expresar los problemas sociales y políticos de una forma muy sencilla, elocuente.(IV)

Las obras marxistas que captaban su interés con mayor fuerza eran aquellas dedicadas a los análisis histórico-políticos y a la lucha de clases, entre ellas El 18 Brumario de Luis Bonaparte, y Las guerras civiles en Francia. Profundizó sobre todo en El Estado y la revolución, de Lenin, por sus consideraciones acerca del poder y su toma revolucionaria. Con esas lecturas Fidel no se asumió explícitamente marxista, pero asimiló varias de sus lecciones y enseñanzas, y las interpretó de manera creadora de acuerdo con las condiciones concretas de Cuba. Según sus propias palabras, del marxismo obtuvo el concepto de lo que es la sociedad humana y la historia de su desarrollo, y una brújula para orientarse con precisión en los acontecimientos históricos.(V) Y aunque mantenía excelentes relaciones personales con los militantes comunistas, compartía la visión crítica de su generación hacia el estalinismo y la política exterior soviética, así como hacia la praxis y trayectoria política del PSP.

El espíritu rebelde de Fidel, forjado desde su infancia y adolescencia, se encontró en la Universidad de La Habana con las ideas más avanzadas y radicales de su tiempo, y allí inició un proceso de aprendizaje político y de desarrollo de su conciencia revolucionaria. Por eso afirmaba en relación con la Colina universitaria: «aquí me hice revolucionario, aquí me hice martiano, aquí me hice socialista».(VI)

Con todo, el componente esencial en su formación política e ideológica no provenía de los clásicos del marxismo sino de la historia nacional, de la tradición de rebeldías del pueblo cubano, del legado de sus luchas por la liberación nacional y la justicia social. Fidel se nutrió del acumulado de una cultura política radical preponderante en el pensamiento y la acción de los revolucionarios cubanos, que tuvo en Martí su principal maestro y exponente más destacado, y que proveyó al país de una revolución popular de independencia y de una larga sucesión de combates e ideas por la justicia y la libertad. Fidel da continuidad a ese radicalismo, del que aprendió que sus actos, sus ideas, sus propuestas y sus proyectos debían ser «muy subversivos respecto al orden establecido y sus fundamentos, y muy superiores a lo que parecía posible al sentido común y a las ideas compartidas en su tiempo, inclusive a las de otros revolucionarios».(VII)

Fidel llegó al marxismo por la senda que le había abierto José Martí, y por eso asumió en él una condición revolucionaria:
yo venía siguiendo una tradición histórica cubana, una gran admiración por nuestros patriotas, por Martí, Céspedes, Gómez, Maceo. Antes de ser marxista fui martiano, sentí una enorme admiración por Martí; pasé por un proceso previo de educación martiana, que me inculqué yo mismo leyendo sus textos. Tenía gran interés por las obras de Martí, por la historia de Cuba, empecé por aquel camino.(VIII)
La única forma que tenía el marxismo de ser revolucionario en la Cuba de los cincuenta era emprender un camino propio, nuevo, que tomara en cuenta los datos concretos de la realidad nacional para irse por encima de ellos y plantear un proyecto eficaz de subversión total de la sociedad.

Cuando ocurre el golpe militar de marzo de 1952 Fidel pertenece al ala izquierda del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos), un movimiento de masas heterogéneo y policlasista que pretendía llevar hasta sus últimas consecuencias, sin trasponer sus límites, el reformismo democrático burgués de la segunda república. Heredera de los ideales de la revolución del 30, traicionados y frustrados por los gobiernos auténticos, la Ortodoxia había encarnado la esperanza de una vida mejor para las mayorías populares a través de la lucha contra la corrupción y el adecentamiento de la vida pública.

El golpe sepultó no solo esa esperanza, sino la legitimidad y el crédito de todo el orden político anterior, que garantizaba la reproducción de la hegemonía burguesa. Frente a la nueva situación Fidel comprende, a diferencia de la dirigencia ortodoxa, pasiva y confundida por los acontecimientos, que «el momento es revolucionario y no político». Entiende que necesariamente tendrá que ser muy creativo y rebelde para no seguir los caminos trillados de participación electoral, abstención anodina o compromisos sin principios con los corruptos de ayer, que conducen a callejones sin salida; y dar forma a nuevas vías y métodos para la liberación.

Por eso, a partir del análisis de las circunstancias propias y de la interpretación de las aspiraciones y necesidades populares, con las herramientas de la formación política que había acumulado y de las experiencias vividas, se dedicó a la articulación de un movimiento clandestino dispuesto a combatir para movilizar al pueblo y guiarlo a la conquista revolucionaria del poder.

De los sectores más humildes de la sociedad y de la misma Juventud Ortodoxa que en 1948 había proclamado como su aspiración ideológica fundamental «el establecimiento en Cuba de una democracia socialista» y definido que la lucha por la liberación nacional de Cuba era «la lucha contra el imperialismo estadounidense», (IX) salió el grueso de los asaltantes al cuartel Moncada. Las acciones del 26 de julio de 1953 sorprendieron a todos porque rompieron con todo lo que parecía posible. Los protagonistas no habían sido ninguno de los actores principales del drama político nacional. La oposición a la dictadura hasta ese momento había transcurrido por los canales pacíficos de las declaraciones de denuncia y condena, de la resistencia pasiva y legal, y los insurreccionalistas auténticos y ortodoxos, que contaban con abundantes medios bélicos y con la experiencia de antiguos combatientes revolucionarios y de los grupos de acción de los años treinta y cuarenta, no pasaban de la promesa de operaciones armadas que nunca se concretaban.

De los muros del Moncada surgió, de manera inesperada y prácticamente de la nada, sin fortunas ni grandes recursos, sin tribunas, espacios de poder ni militancia numerosa, contando solo con el esfuerzo de gente sencilla de pueblo y unas pocas armas de escaso calibre, una nueva vanguardia revolucionaria, inserta en un complejo entramado de relaciones donde pugnaban diversos factores políticos, cada uno con intereses y objetivos distintos. El 26 de julio de 1953 abrió el camino de la lucha armada contra la dictadura batistiana, pero esa fecha no significó solo un asalto contra las oligarquías, sino también contra los dogmas revolucionarios, como diría el Che. Entre ellos los que certificaban la imposibilidad de desarrollar en Cuba una insurrección victoriosa de carácter popular contra el ejército, menos a 90 millas del imperialismo norteamericano, y que el modo de derrocar a Batista era a través de transacciones políticas o de conjuras de pequeños grupos de civiles armados con conspiraciones militares.

Cuando en el juicio a los sobrevivientes del asalto se presentó como elemento acusatorio un libro de Lenin encontrado en el apartamento de Abel Santamaría en 25 y O, Fidel respondió que sí leían a Lenin porque quien no lo hiciera era un ignorante, pero lo cierto es que no se limitaban a la lectura: los principales dirigentes del movimiento, Fidel, Abel y Jesús Montané, realizaban círculos de estudios de obras marxistas durante los meses previos a la acción. Si el marxismo estuvo presente en los análisis sociales y de situación de los líderes, la inspiración fundamental común a todos los asaltantes era la figura de José Martí, su ideología radical y democrática. Así lo declaraban en el Manifiesto a la Nación que sería leído por radio en caso de éxito: «La Revolución declara que reconoce y se orienta en los ideales de Martí, contenidos en sus discursos, en las Bases del Partido Revolucionario Cubano, y en el Manifiesto de Montecristi; y hace suyos los Programas Revolucionarios de la Joven Cuba, ABC Radical y el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos)».(X) Resalta entre los programas asumidos como propios el de la Joven Cuba, que se proponía como objetivo «que el Estado cubano se estructure conforme a los postulados del Socialismo», (XI) y planteaba una línea insurreccional para lograrlo.

Continuará…

Notas
I- Ernesto Guevara de la Serna: Pasajes de la guerra revolucionaria. Cuba 1956–1959, 3ra. ed., 4ta. reimpr., Editora Política, Ciudad de La Habana, 2003, p. 200.
II- Fernando Martínez Heredia: «Guiteras y el socialismo cubano», en Fernando Martínez Heredia: La Revolución Cubana del 30. Ensayos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 118.
III- «El movimiento insurreccional de los años cincuenta albergaba muy fuertes visiones de socialismo cubano y de sus nexos íntimos con la liberación nacional. Es muy comprensible que así fuera, dada la densidad que tuvo la historia de protestas, rebeldías y acciones colectivas revolucionarias en Cuba entre 1868 y 1959, si vemos el período en perspectiva histórica, y dadas su gran coherencia y su enorme vocación de sentirse continuadores, herederos y llamados a consumar los esfuerzos y los proyectos anteriores (…) Los textos de la insurrección –documentos de organizaciones, artículos publicados, cartas y mensajes políticos y personales, anotaciones de pensamiento o proyectos, comunicaciones orales– abundan en el uso de conceptos de liberación, antiimperialismo, socialismo, nacionalismo revolucionario, latinoamericanismo, democracia». Fernando Martínez Heredia: «Visión cubana del socialismo y la liberación», en Fernando Martínez Heredia: Pensar en tiempo de revolución. Antología esencial, CLACSO, Buenos Aires, 2018, p. 869.
IV-  Katiuska Blanco Castiñeira: Fidel Castro Ruz: Guerrillero del Tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, 1era. parte, tomo 1, Ediciones Abril, Ciudad de La Habana, 2011, pp. 251, 253.
V- Ignacio Ramonet: Cien horas con Fidel, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, Ciudad de La Habana, 2006. pp. 124–126.
VI- Discurso de Fidel Castro en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, 4 de septiembre de 1995. Disponible en http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1995/esp/f040995e.html
VII- Fernando Martínez Heredia: «Revolución Cubana, Fidel y el pensamiento latinoamericano de izquierda», en Fernando Martínez Heredia: Pensar en tiempo de revolución. Antología esencial, p. 1180.
VIII- Katiuska Blanco Castiñeira: Ob. cit., 1era. parte, tomo 1, p. 254.
IX- Comisión Nacional Organizadora de la Sección Juvenil del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos): «El pensamiento ideológico y político de la juventud cubana», en Colectivo de autores: Eduardo Chibás: imaginarios, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2010, pp. 89–90.
X- Manifiesto a la Nación. Disponible en http://www.fidelcastro.cu/es/documentos/manifiesto-del-moncada
XI- Fernando Martínez Heredia: «Guiteras y la revolución», en Fernando Martínez Heredia: Pensar en tiempo de revolución. Antología esencial, p. 953.

Fuente: https://www.centrofidel.cu