12 de febrero de 1983
A la memoria de compañeras y compañeros que sirvieron en la tarea de las comunicaciones militares tácticas o estratégicas.
“Se instala la escuela de radistas con el fin de elevar nuestras radiocomunicaciones. En la quebrada nos encontramos con un espectáculo: 25 compañeras radistas juguetean, chapotean en el agua, ríen y cantan. Entre las multicolores prendas femeninas que se secan bajo el sol, se distingue el calzoncillo de Chiyo, quien ya ajusta los once años.
-Bendito entre las mujeres- le dice Lety.
Después del baño me detengo en el taller, la mesa está cubierta por una montaña de aparatos desarmados, cables, pinzas, antenas. Mauricio y Apolonio acaban de inventar una pequeña planta repetidora que, automáticamente hace puente entre el puesto de mando central y cualquier otra unidad.
Mauricio me habla sobre el desarrollo que ha tenido su estructura:
-Realmente es admirable el salto que hemos dado en las radiocomunicaciones. Al principio se pensó que que sería demasiado complicado que nuestros compañeros campesinos, recién alfabetizados, pudieran responsabilizarse de una tarea donde se necesita una base de conocimientos técnicos, no solo para el manejo de los radios, sino también para el rápido cifrado de las claves, en medio de un combate.
A los radistas es a quienes más duro les toca: siempre caminando junto al mando, a veces trabajando bajo las balas, noches enteras sin dormir. Pero les gusta su trabajo.”
Consalvi, Carlos. (1992). La Terquedad del Izote. 1° edición. Editorial Diana. México. Pág. 161.
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