Coyuntura semana 25 de julio 2022
Futbol, Bitcoin y Derechos Humanos
Apenas superados los tres años de gobierno, El Salvador es testigo de la segunda derrota política de trascendencia que sufre el presidente y el régimen autoritario por él implementado. En ambos casos, importantes porcentajes de la población rechazaron la imposición, que resulta ser el recurso habitual con que se dirigen los asuntos públicos en la actual administración.
La aventura en que el gobierno se involucró, al pretender imponer reglas propias a un ente autónomo internacional como la FIFA y sus asociados, pasó rápidamente de ser un nuevo intento propagandístico de masiva manipulación mediática de la opinión pública, a transformarse en una ciénaga oscura donde el régimen hundía una parte considerable de su popularidad.
En apenas una semana, el arrogante discurso del capataz del INDES, hermano del presidente y uno de los hombres fuertes del grupo, pasó de pretender imponer una “comisión interventora” a la federación salvadoreña que rige los destinos del deporte favorito de este país, a ordenar el retiro inmediato de dicha comisión ante el ultimátum inapelable que la FIFA había otorgado: dar marcha atrás sin condiciones o enfrentar la exclusión de El Salvador del universo futbolístico mundial.
El duro golpe recibido, que incluyó la firme actitud de rechazo del colegio arbitral y las expresiones de protesta de los jugadores, entre otras acciones, fue acompañado por la airada reacción de la afición deportiva local, la misma que hasta hace pocas semanas se mostraba completamente sumisa y manipulable a las veleidades del autócrata de Capres, pero que súbitamente se mostró rebelde y reactiva, al percibir el engaño y la manipulación a que era sometida.
El régimen sufre una derrota donde menos lo esperaba. Y no lo esperaba porque había seguido el mismo guion que le había resultado exitoso contra los partidos políticos, contra los empresarios díscolos, contra la prensa que no controla, contra la comunidad internacional, contra los organismos defensores de derechos humanos locales e internacionales. En fin, el guion parecía infalible. Pero no lo era.
La trama gubernamental había sido consistente a lo largo de los tres años y se había centrado habitualmente en despojar de todo valor a un objetivo previamente elegido; en cada caso, ya para ese momento el equipo de matones digitales del presidente, que realiza el trabajo sucio en redes sociales, había identificado aquellos puntos que un sector importante de la sociedad podía percibir como criticables o cuestionables; sobre esos puntos vulnerables se lanzarán críticas, campañas de desprestigio y deslegitimación, hasta producir una virtual “muerte civil” o rechazo social masivo del objetivo en cuestión.
De inmediato, saldrá el presidente y sus medios a ofrecer “una solución” que, en primer lugar, prometa eliminar el problema, deshaciéndose de ese modo del obstáculo que le impedía acceder a recursos o poderes que fueron, en todo momento, el objetivo central de la maniobra.
Finalmente, el problema continuará como antes, ninguna solución de fondo se verá en el corto o mediano plazo, pero para entonces, el mismo equipo de matones digitales habrá encontrado otro objetivo para atacar, distrayendo la atención del público meta que había sido manipulado en primer lugar y que, poco a poco, se ha ido acostumbrando al
escandaloso juego del “pan y circo”.
Sucedió así en casi todos los casos donde el régimen se planteó reemplazar a sus adversarios o quitar obstáculos de su camino. Sucedió con los fondos destinados a los municipios; con las campañas contra el nepotismo, recién iniciada la actual administración; contra dirigentes gremiales de la empresa privada; contra profesionales médicos y casas de altos estudios que cuestionaron las políticas anti-covid; contra el uso de fondos públicos en gobiernos anteriores y las denuncias de falta de transparencia; contra las empresas periodísticas y profesionales de medios, entre muchos otros casos.
Pero cuando el régimen se metió con el futbol, para quedarse con los importantes fondos que el deporte profesional genera, puso en peligro la viabilidad misma de dicho deporte, y fue la gota que colmó el vaso para un parte de la población. El guion no funcionó.
El fracaso del Bitcoin
Hace casi un año, el régimen cometió otro error de similar magnitud, al imponer el Bitcoin como moneda de uso legal en El Salvador. En esa ocasión la narrativa presidencial era la modernidad, una supuesta autonomía monetaria para el país, y los beneficios de una hipotética libertad financiera para mujeres y hombres quienes, curiosamente, en su gran mayoría no tenían ni habían tenido siquiera una cuenta bancaria, y vivían literalmente con lo que lograban generar cada día para su más elemental sustento; añadía a su narrativa, supuestas ventajas financieras para quienes enviaran y recibieran remesas.
Todo el “glamour” pretencioso de los anuncios internacionales, el lanzamiento de una falsa Ciudad Bitcoin, que en realidad solo podía convertirse en un paraíso internacional del lavado de dinero y activos de muy dudoso origen, duró lo que podían durar los 30 dólares por persona, invertidos del erario público, para hacer funcionar una enorme estafa piramidal de alcances internacionales.
El Bitcoin jamás despegó en El Salvador. Solo un puñado de extranjeros ricos, especuladores inescrupulosos, a quienes no les interesa en lo más mínimo lo que suceda con el pueblo salvadoreño con tal que ellos se enriquezcan o, al menos, disfruten de la vida a costa de otros, que no logran llegar a comer tres veces al día, desfilaron por el país viajando en helicópteros y derrochando lujos oficiales, con el presidente como despreciable maestro de ceremonia en fiestas y espectáculos, encabezando una infamia que solo puede ser considerada como una miserable entrega de recursos públicos para fines privados. El Estado puesto al servicio de la especulación financiera internacional para transferir capital social al sector privado: la quintaesencia del neoliberalismo.
Esa maniobra, que laceraba el erario público, fue derrotada por la sociedad salvadoreña, la cual no solo se expresó en movilizaciones como las de septiembre del año pasado, sino que de una manera contundente le dio la espalda al proyecto, haciendo inútiles los cajeros “chivo”, que siguen solitarios en las plazas y parques, custodiados por militares, que podrían ocuparse en tareas de mejor utilidad pública.
Del desenlace del drama en el futbol salvadoreño, el gobierno guarda silencio, del mismo modo que ya el presidente ha dejado de mencionar en sus redes el valor del BTC. Las pérdidas se siguen acumulando, pero ahora parece que prefiere hacerlo sin seguir vanagloriándose de la bancarrota (a que lleva al país, porque el mandatario no expone un centavo de su riqueza en esta aventura a que arrastra a la nación).
Esos silencios, no obstante, no ocultan las sendas derrotas que estos hechos suponen. ¿Son acaso las únicas que ha sufrido? Por supuesto que no, pero sin duda son de las más dolorosas para un ego enfermo y sensible como el del mandatario. Pero también son significativas al verlas desde el punto de vista del pueblo, sobre todo al compararlas con otras causas que bien hubieran merecido reacciones similares por parte de este, sin que eso haya sucedido.
Reflexiones inquietantes
Al registrar en nuestra realidad política nacional los dos hechos principales arriba mencionados, no podemos dejar de observar que se trata de eventos de menor importancia relativa frente a otras groseras violaciones a las leyes y los derechos por parte de este régimen plagado de delincuentes.
Casos como la violación sistemática de la Constitución y las leyes de la República, el uso maniqueo de la justicia al gusto del autócrata y su clan en el poder, los abusos de autoridad permanentes, la militarización evidente del país, la anulación de toda separación de poderes, la persecución política contra todo tipo de oposición, incluidos pero no limitado a los partidos políticos, la connivencia con el crimen organizado del cual dieron prueba las investigaciones periodísticas, el fracaso de las políticas de seguridad, la toma por asalto del Parlamento, el asalto a la justicia y al ministerio público, hoy poblados con títeres al servicio del gobierno, la denegación de derechos por el arbitrario recurso de un ilegal régimen de excepción, la persecución a la investigación periodística, el arresto de opositores, la muerte en prisión de decenas de detenidos bajo el régimen de excepción, sin ofrecer explicación alguna a sus familiares, sin una sola respuesta a los cuestionamientos del mundo de los derechos humanos, con amenazas policiales y militares contra quien levante la voz en defensa de esos derechos pisoteados.
Todas y cada una de estas claras señales de un estado retrógrado, que vulnera derechos ciudadanos las 24 horas, podrían ser razones más que justificadas para acumular una alta impopularidad para el régimen. Al mismo tiempo, cada una de estas acciones serían razones para que una población activa y atenta a la defensa de sus derechos, se movilizara y agitara. Si a esto le sumamos el agravamiento imparable de la crisis económica que afecta las condiciones de vida, de por sí precarias, de las humildes familias salvadoreñas, entonces podemos asumir que en El Salvador estamos sentados sobre un barril de pólvora social a punto de estallar, pero que pocos parecen reparar o preocuparse de ello.
Las causas de las dos derrotas mencionadas del régimen no tienen nada que ver con estas justas razones, como ya hemos visto. Lo cual, necesario es decirlo, nos habla de una sociedad tan atrasada como el régimen que la gobierna. Una sociedad que consiente ser manipulada antes que ejercer su propia ciudadanía. Un pueblo que parece arrodillado ante su opresor, a quien le ha otorgado el derecho sobre la vida y la muerte. Por supuesto que una parte de la sociedad se opone y resiste, pero estamos
hablando de mayorías considerables, de sectores sociales que, de una u otra manera, han sido neutralizados o comprados con dádivas del régimen y justifican las violaciones evidentes a sus derechos y a los derechos de las mayorías.
Sin duda esta situación resulta transitoria, como lo son siempre los momentos de reflujo de masas en la lucha de todos los pueblos, en algún punto de su historia. Sin embargo, ante la situación que se plantea y el desafío que la misma presenta a las fuerzas de izquierda con visión revolucionaria en El Salvador, resulta útil recordar al Che, al producir un balance crítico de su experiencia en El Congo, a la que describe como “la historia de un fracaso”, cuando reflexiona que no es posible liberar a un pueblo que no tiene voluntad de lucha.
Lo anterior, ni al Che en su momento, ni a las fuerzas de izquierda revolucionaria en El Salvador, le eximió ni las exime jamás de seguir trabajando en las tareas esenciales que el momento exija para elevar los niveles de conciencia y resistencia.
Ya se han visto emerger las debilidades del régimen. A pesar de los recursos comunicacionales gastados por el gobierno de El Salvador en el mundo entero, dedicados a impulsar una narrativa de “presidente con alta popularidad”, esa imagen se agrieta. La propaganda no logra ocultar las gruesas violaciones a los derechos humanos, las inquietantes inclinaciones militaristas, el absoluto irrespeto a las reglas establecidas por el propio sistema. Los funcionarios más cercanos al presidente son cuestionados e incluidos en listas que apuntan en cualquier caso a la cabeza del clan.
La profundización incesante de la crisis económica en el país, por otra parte, coloca a El Salvador al borde de un colapso que no puede dejar de ser advertido por quienes siguen con atención la evolución de la situación.
Hasta ahora, las derrotas del régimen han sido digeridas por éste, tratando de pasar rápidamente página, desviando atenciones. Pero cuando ya no sea posible pasar página porque de lo que se trate sea del hambre del pueblo, entonces será el momento de juzgar cuánto y cuan bien o mal han hecho su trabajo las fuerzas de izquierda, cuya responsabilidad es sin duda acompañar al pueblo en sus luchas, educando y elevando los niveles de conciencia de ese mismo pueblo, transformándola en organización para la lucha, a partir de sus propias experiencias.
Son las tareas del momento, tanto las inmediatas como las previsibles a mediano plazo; son tareas que están en las calles, en las universidades e institutos, en los centros laborales y entre las y los trabajadores informales, en las familias que se dedican a las labores agrícolas, están en las madres y esposas que reclaman por seres queridos injustamente encarcelados; están pues, en cada rincón del país donde la injusticia del régimen y la crisis, hacen y harán estragos.
RLL