Carlos Ernesto García
Cuando en 1992 se firmaron los Acuerdos de Paz, que ponían fin a una larga guerra fratricida en El Salvador, que se había alargado por más de dos décadas, yo estaba a punto de cumplir 32 años, y un tercio de mi vida, en el exilio. Los esfuerzos por lograr establecer, lo que sería la piedra angular para la construcción de un nuevo país, sería largo de exponer en este breve artículo. Pero lo que sí puedo, y debo de expresar como salvadoreño, es que fueron unos acuerdos que como nación nos llenaron de grandes esperanzas, y que pronto darían sus primeros frutos, como por ejemplo, en la creación de lo que hoy conocemos como la Policía Nacional Civil, cuerpo en el que se combinaban componentes de lo que fue la antigua Policía Nacional, ahora depurada, y ex combatientes guerrilleros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que se convertiría en partido político.
Las pérdidas en vidas humanas, superan las 70 mil víctimas mortales, a las que habría que sumar a los desplazados internos, a los desaparecidos, y a los de una diáspora que, en su mayoría, y en especial desde la década de los 80´, recorre el mundo y que solo en los Estados Unidos, alcanzan los más de 3 millones.
Existen poblaciones, que, debido a los constantes bombardeos por tierra y aire, quedaron completamente destruidas, lugares que difícilmente volverán a repoblarse. El napalm, utilizado también en la guerra de Vietnam, dejó buena parte de la agricultura sin posibilidades de rehacerse.
Durante las últimas décadas, la realidad ha impuesto la convivencia con lo que sería una nueva forma de violencia, ejercida, en su inmensa mayoría, por jóvenes marginales, y que se convertiría en producto de exportación al resto de la región centroamericana: Las pandillas, conocidas como maras. Todas estas, no perdamos de vista, son organizaciones criminales, que, a través de la extorción, el asesinato indiscriminado, el lavado de dinero, así como el tráfico de drogas, de armas, y de personas, han sumido en la desesperación a la inmensa mayoría de la población salvadoreña.
Han sido varios los gobiernos por parte de ARENA (Alianza Republicana Nacionalista) partido cofundado por el mayor Roberto d’Abuisson Arrieta, destacado líder de los Escuadrones de la Muerte de El Salvador, y por supuesto, hombre de confianza de la Administración de los Estados Unidos de América. A diferencia, la izquierda, apenas sí ha tenido un breve periodo de 10 años en la presidencia de El Salvador, uno con la figura del ex periodista Mauricio Funes, y otro con la del profesor y ex comandante guerrillero del FMLN, Salvador Sánchez Cerén.
En medio de semejante panorama, surge la figura de Nayib Bukele, un joven empresario, que, con el apoyo de la izquierda, alcanza la alcaldía de San Salvador; una izquierda que le resulta incómoda, y con la que rompe, no sin antes protagonizar alguna que otra de sus pataletas políticas, a las que ya nos tiene acostumbrados.
Poco después, Nayib Bukele, gana las elecciones presidenciales, y desde entonces, y con la complicidad servil sin precedentes, de jueces, fiscales y magistrados, se impondrá a sí mismo, el objetivo de perseguir y destruir, a la izquierda del FMLN.
Para comenzar, se lanza con todo el aparato judicial, en contra del destacado líder de izquierda, Sigfrido Reyes, uno de los fundadores del partido político FMLN, ex diputado, y ex presidente, en tres ocasiones, de la Asamblea Legislativa, actualmente en el exilio. Pero la jugada, le sale muy mal, porque se trata de eso, de una jugada. Entonces, comienza la persecución contra la familia, y amigos cercanos de éste.
Mientras tanto, Nayib Bukele, se da a la tarea de malversar fondos públicos con los que fortalece la imagen de su partido, Nuevas Ideas; asalta la Asamblea Legislativa, con el apoyo incondicional de su ministro de defensa, e insta a sus partidarios al linchamiento de aquellos a los que él considera sus principales enemigos; durante la pandemia, impone más de un cordón militar a la ciudadanía, saltándose por completo los protocolos sanitarios; y lo que no es menos grave: desconoce el valor de los Acuerdos de Paz, que desvirtúa en más de una ocasión, lo que, como salvadoreño, me parece insultante.
En un artículo anterior, pronosticaba que la persecución política a la izquierda, por parte del Gobierno de Nayib Bukele, no iba a parar y que, por el contrario, subiría de tono, y que sería cada vez más feroz. Lamento no haberme equivocado, pues la madrugada del sábado recién pasado, me despierto con la noticia que me llega desde El Salvador, acerca de la captura por parte de la Policía Nacional Civil, de quien fuera la primera Alcaldesa de San Salvador, y ex ministra de Salud Pública y Asuntos Sociales, la doctora Violeta Menjivar, así como de destacados miembros del FMLN: Erlinda Handal, ex viceministra de Ciencia y Tecnología, Hugo Flores, ex viceministro de Agricultura, y Calixto Mejía, ex viceministro de Trabajo,
quienes, en el momento de escribir esta nota, aún se encuentran en dependencias policiales, y cuyo único delito es ser opositores de la gestión neoliberal del actual Gobierno de Nayib Bukele que ha ordenado la captura del ex Presidente salvadoreño, Salvador Sánchez Cerén, y del ex Ministro de Obras Públicas, Gerson Martínez, ambos del FMLN. La misma persecución política, que se hace extensible para el también ex Presidente de El Salvador, exiliado en Nicaragua, Mauricio Funes.
Confiemos en que las palabras del académico, Armando Bukele, padre de este tiranosaurio, se hagan realidad, y cito: “La publicidad, la propaganda, puede hacer que el pueblo siga a un demagogo. Pero eso no durará. El pueblo, tarde o temprano, abrirá los ojos”
Barcelona, 27 de julio de 2021
Fuente: www.diariocolatino.com
*Poeta, escritor y corresponsal de prensa salvadoreño radicado en España.