Nosotros y nosotras, pastores, pastoras y sacerdotes de diversas denominaciones cristianas, con honda preocupación por la situación de pecado que permea la política y la sociedad salvadoreña en general, deseamos expresar la verdad en amor a las iglesias y pueblo en general para advertirles contra las tentaciones, doctrinas falsas e idolatrías políticas.
Expresamos nuestra profunda intranquilidad en un tiempo peligroso en que las iglesias se ven expuestas a las tentaciones y sobornos del poder que buscan silenciar su voz profética cuando, más bien, deberían estar atentas a la exhortación de Pablo: «No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de la mente, para poder discernir la voluntad de Dios: lo que es bueno, agradable y perfecto» (Romanos 12:2).
Expresamos nuestra profunda lamentación por la práctica de la mentira que ha invadido la vida política y es contraria al compromiso con la verdad que es moralmente central para la vida personal y pública. Dios diseñó la clave para la confianza en la vida en sociedad cuando afirmó: «No des falso testimonio» (Éxodo 20:16).
Pero lo que observamos ahora es una normalización de la mentira sin decoro en boca de quienes deberían ser líderes y lideresas del país. La mentira en los funcionarios y funcionarias es premeditada, persistente y desvergonzada.
Reitera datos falsos, tergiversa y desproporciona información que trastornan las expectativas morales y afectan la formación de niños y jóvenes. Es nuestro deber recordar que la mentira siempre conduce a la esclavitud en tanto que la verdad es liberadora: «Conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Juan 8:32).
Expresamos nuestra profunda lamentación por las actitudes autoritarias y de dominación que contradicen las enseñanzas cristianas y rompen las reglas democráticas de gobierno. Jesús dijo: «Los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor» (Mateo 21:25-26). Los gobernantes están llamados al servicio, no a la tiranía, por lo que se debe proteger los límites, controles y equilibrios de la democracia al mismo tiempo que se fomenta la humildad.
Apoyamos la democracia, no porque creamos en la perfección humana, sino por lo contrario. Por lo tanto, rechazamos la tendencia a un liderazgo político autocrático por ser un peligro teológico que amenaza el bien común. Nos preocupa la falta de respeto por el estado de derecho, el no reconocer la igual importancia de las tres ramas del Estado y reemplazar la civilidad con una hostilidad deshumanizadora hacia los oponentes. Descuidar la ética y la rendición de cuentas para favorecer el reconocimiento personal arrogante, suscita preocupaciones de idolatría política, pues coloca los intereses electorales por arriba de normas éticas que deberían ser no negociables para los cristianos.
Expresamos nuestra profunda lamentación por las actitudes pecaminosas de menosprecio a la dignidad humana que se expresan en incitaciones continuas a odiarnos los unos a los otros. La retórica violenta ya provocó los primeros asesinatos de inocentes. Personas creadas a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26), con una dignidad y un valor inalienable y cuya sangre ahora clama hasta los cielos. El respeto al carácter sagrado de la vida debe comenzar con la cortesía que toda persona merece.
Por lo tanto, rechazamos todo tipo de violencia, maltrato, insulto, agresividad abusiva, misoginia y acoso sexual que se manifiesta en el ambiente político. Es lamentable que tales prácticas no solo son ignoradas por el silencio de los funcionarios y funcionarias, sino que son alentadas al encubrir a quienes las ejercen.
Expresamos nuestra profunda lamentación por los cada vez más escandalosos casos de corrupción que salen a luz con demasiada frecuencia y la tolerancia voluntaria del pueblo de Dios que debería ser firme en el rechazo hacia tales prácticas. Las Escrituras aconsejan: «Apártense de los ídolos» (1 Juan 5:21). Contrario a eso, el ídolo de la corrupción vuelve a ser adorado en nuestro país a cambio de la salvación económica engañosa que ofrece a sus fieles. Esta idolatría, en el derroche que hace de los escasos recursos públicos, exige, como todos los ídolos, víctimas para ser sacrificadas. Éstas son las personas más pobres cuya salud y vida son inmoladas en el altar de la ambición. Las aspiraciones del pueblo de honradez en los gobernantes vuelven a ser burladas como en el pasado, mientras el país se dirige a una crisis fiscal de graves consecuencias.
Animamos a los pastores y pastoras a hablar y actuar con fe y valentía no por razones políticas, sino por ser discípulos y discípulas de Jesucristo, el Señor. Nuestra necesidad urgente en este tiempo de crisis moral y política es la de recuperar el poder de confesar nuestra fe, lamentarnos, arrepentirnos y reparar. El Señor, que es justo, demanda la sangre de los pobres y llama a su pueblo a no ser cómplices ingenuos que toleran la idolatría. Por el contrario, nos llama a volver a identificar los verdaderos intereses de los desposeídos sin que nos distraiga la fuerza de la publicidad.
Alentamos a cada creyente a razonar por convicción y criterio propio, a ser solidarios y compasivos con todos, a trabajar para superar esta época oscura, y a reencontrarnos como hermanos y hermanas que caminan en la construcción del sueño cristiano de una sociedad reconciliada, con justicia y paz.
17 de febrero de 2021