El Salvador sufre con impotencia el avance de la pandemia ante la resistencia de las autoridades a buscar acuerdos para enfrentarla y la incapacidad manifiesta del Gobierno. El sufrimiento de tantas familias por sus parientes contagiados o fallecidos obliga a pronunciarse, así como la abnegación del personal de salud que lucha contra la enfermedad pese a no contar con todos los recursos de infraestructura y protección necesarios. Es fundamental pronunciarse en solidaridad con los trabajadores que no pueden ganarse la vida y aquellos que lo hacen a costa de su salud, los que han pasado a engrosar las estadísticas del desempleo y los que están en riesgo de perder el suyo.
Esta crítica situación se agrava por la ausencia de un rumbo claro para hacerle frente a la emergencia. Además de todos los efectos del covid-19 en la economía y en el sistema de salud, también deben atenderse inmediatamente los efectos subjetivos en la población. La sensación de inseguridad, desesperación, angustia y abandono, y la depresión son cada vez más frecuentes, tanto a nivel personal como familiar. En escenarios difíciles, ver una luz al final del túnel contribuye a la disposición interior de resiliencia y resistencia para seguir adelante. Pero en el caso de nuestro país, la irresponsabilidad en el manejo de la crisis, el choque permanente entre los tomadores de decisión y su oportunismo sumen en una oscuridad más profunda a la población.
Las acciones de la mayoría de actores políticos, oficialistas o de oposición, dejan claro que para ellos los intereses electorales están antes que la emergencia sanitaria. La luchas intestinas intrapartidarias en el contexto de las elecciones internas y el uso de recursos estatales para hacer proselitismo son actos vergonzantes y denotan que los peores vicios de la vieja política siguen haciendo daño al país. La relación entre los órganos del Estado está seriamente golpeada. Se descalifica al otro sin discutir razones. No querer implementar las medidas que, tal como aconsejan los expertos, deben acompañar a una cuarentena es tan irracional como reabrir la economía sin un plan que brinde seguridad y tranquilidad a la población.
Es alarmante que a la opacidad en el manejo de los recursos públicos y al exorbitante endeudamiento del país se sumen los cada vez más numerosos casos de corrupción, revelados gracias al esfuerzo del periodismo de investigación. Reaccionar con represalias contra medios o periodistas, o a través de la desacreditación, solo robustece los señalamientos de la prensa. Es indignante que en una situación tan crítica se utilice el Estado para beneficio propio, de familiares o allegados. Queda claro que estas acciones no son cosa del pasado en el ejercicio del poder. La epidemia de la corrupción es el mal que más daño ha causado históricamente a El Salvador y que lo mantiene postrado, porque ha llevado al descuido de la educación y la salud, y a perpetuar las deficientes condiciones de vida de la población.
Como universidad de inspiración cristiana y en el espíritu de Jesús de Nazaret, la UCA se solidariza con todas las familias de los hermanos y hermanas salvadoreñas fallecidas, con los trabajadores de salud que han ofrendado sus vidas y con aquellos otros que sigue luchando en las condiciones más adversas. Y por ello anima al gremio médico a seguir exigiendo que se cumplan todas las medidas de bioseguridad y que se les faciliten los equipos requeridos para combatir el virus. Además, exhorta al pueblo salvadoreño a respetar disciplinadamente las medidas de protección y a estar atento a lo que recomienda la ciencia. En este momento tan acuciante, la fe en el Hijo de Dios,
quien siempre supo estar al lado de los humildes, los pobres y los enfermos, es la luz y la esperanza que debe animarnos a seguir adelante y reclamar lo que es justo.
A los gobernantes de nuestro país, Jesús también les habla: “Aquellos a quienes se considera gobernantes dominan a las naciones como si fueran sus dueños. […] Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor […] y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos”. Con monseñor Romero, les exigimos, “en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo”, que cesen la confrontación y que construyan acuerdos que tenga en el centro la vida de todos los salvadoreños.
Antiguo Cuscatlán, 27 de julio de 2020
Por Universidad Centroamericana José Simeón Cañas