Por Rafael Cereceda & AFP • última actualización: 16/04/2020 – 17:22
Suecia ha intentado durante semanas una estrategia diferente, única en Europa y casi en el mundo frente a la pandemia de COVID-19: informar a la población, hacer recomendaciones de distanciamiento social, pero no han impuesto el confinamiento. Ni siquiera han cerrado los colegios.
Confinados, en el resto de Europa -y del mundo- miraban con sorpresa y quizás algo de envidia cómo los suecos aprovechaban el buen tiempo primaveral en terrazas, parques, bares y cafés.
No ha sido hasta hoy, 16 de abril, que el Parlamento ha concedido poderes especiales al Gobierno para decretar medidas más restrictivas. Y aun así, no se sabe todavía si el Gobierno cambiará de estrategia. Con esta medida el Gobierno sólo quiere poder actuar rápidamente en caso necesario con medidas como cierres de puertos, escuelas o centros deportivos o recreativos.
La norma no afecta al papel de la Agencia Nacional de Salud, que en la práctica tiene la última palabra sobre la gestión de la epidemia.
La relajación sueca hacía rechinar los dientes a los países vecinos. Ahora, con un número de víctimas en aumento (tras superar la barrera psicológica de los 1.000 fallecidos) un grupo de científicos ha dicho que quizás es el momento de reconocer que la política de inmunidad de masas ha fallado y que hay que unirse al rebaño del confinamiento generalizado, o más restrictivo.
Los científicos critican sobre todo a la Agencia Nacional de Salud, que propuso la estrategia y que habría ignorado según ellos, el fracaso evidente a la vista de los números y con una tasa de mortalidad muy superior a la observada en los vecinos Finlandia, Dinamarca o Noruega.
Suecia sumaba el miércoles 119 muertes relacionadas con el Covid-19 por millón de habitantes, según el sitio de recopilación de datos estadísticos del Worldometer. En Dinamarca la cifra fue de 53, en Noruega 27 y en Finlandia 12. A modo de comparación, España tiene 409 muertes/ millón de habitantes, uno de los peores índices junto a Bélgica.
Poca o ninguna preparación para la pandemia
Para Bo Lundbäck, profesor de epidemiología de la Universidad de Gotemburgo (oeste), “las autoridades y el gobierno creyeron estúpidamente que la epidemia no llegaría a Suecia en absoluto”.
“La preparación no fue lo suficientemente buena”, reconoció el sábado el Primer Ministro Stefan Löfven.
A pesar de cierta perplejidad en el país y en el extranjero, el gobierno sigue fiel las recomendaciones del Organismo de Salud Pública.
“Suecia ha estado mal preparada, si es que lo ha estado,” se queja Lundbäck.
Él y otros 21 investigadores firmaron la columna en el diario Dagens Nyheter el martes exigiendo “medidas rápidas y radicales”, incluyendo el cierre de escuelas y restaurantes.
Por su parte, las autoridades sanitarias siguen presionando para que se adopte una estrategia a largo plazo, haciendo hincapié en que la contención sólo funciona durante períodos cortos.
En Suecia, la gestión de las situaciones de crisis se confía a las agencias especializadas, no es el Gobierno quien decide. Otra particularidad que sorprende en el exterior. La Agencia Nacional de Salud, había optado por contener el virus, no tanto por frenarlo en seco, y permitir una “inmunidad de rebaño”, cuando la mayoría de la población adquiere anticuerpos.
La Agencia contaba también con una cultura de distancia social “natural” entre los suecos. Algo similar proponía Boris Johnson. Pero este virus sólo permite esta estrategia con un coste altísimo de muertos, y colapsando la Sanidad.
¿Suecia o el fracaso e la responsabilidad individual?
A diferencia de los demás países nórdicos, que adoptaron una estrategia de semiconfinamiento, Estocolmo descartó la posibilidad de aislar a su población, por considerar que las medidas drásticas no eran lo suficientemente eficaces como para justificar su impacto en la sociedad.
Las únicas limitaciones importantes fueron prohibir las reuniones de más de 50 personas, así como las visitas a los asilos de ancianos. Por lo demás, el gobierno hizo un llamamiento a la conciencia cívica, pidiendo a todos que “asuman sus responsabilidades” y que sigan las recomendaciones en materia de salud.
Los ancianos y los inmigrantes en primera línea de frente
La Agencia de Salud Pública anunció la semana pasada que al menos el 40% de las muertes en la región de Estocolmo, el epicentro de la epidemia en Suecia, se produjeron en instituciones para ancianos.
A pesar de las medidas sanitarias, la mitad de los asilos de ancianos de la capital están ahora afectados por el virus y un tercio de los municipios del país sospechan o han confirmado casos de coronavirus en asilos para la tercera edad.
Una situación que la Ministra de Salud Lena Hallengren encuentra difícil de explicar. “O bien no se observó la prohibición de las visitas o el personal con síntomas (…) se puso a trabajar”, escribió en las columnas del Dagens Nyheter.
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Menos protección social para los trabajadores, peor protección para los más frágiles
Para Ingmar Skoog, director del Centro de Ancianos y Salud de la Universidad de Gotemburgo, la falta de centralización nacional podría explicar en parte la mayor propagación de la enfermedad que en los países vecinos.
En estas instituciones para ancianos, que son en parte de propiedad privada o dependientes de las municipalidades, “el personal suele ser pagado por hora, menos remunerado, menos educado y más joven”, señala el Sr. Skoog.
A diferencia de Finlandia, donde ese personal sigue estando protegido por convenios colectivos, en Suecia, “los que cobran por hora no reciben su salario si se quedan en casa con síntomas leves”, como se indica en las instrucciones.
A diferencia de su vecina Noruega, que dice no ver “ninguna representación excesiva entre los nacidos en el extranjero”, Suecia también observa lo que podría ser una consecuencia de su generosa política de acogida.
Según un estudio publicado la semana pasada, los barrios desfavorecidos de Estocolmo, donde vive la mayoría de las personas de origen inmigrante, están hasta tres veces más afectados por la epidemia que el resto de la capital.
Gina Gustavsson, investigadora en ciencias políticas de la Universidad de Uppsala, deplora “una preocupante falta de conocimiento o de interés” por parte de las autoridades sanitarias hacia estas poblaciones, cuyo comportamiento social es a veces diferente.