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domingo, noviembre 24, 2024
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“…«Por Vietnam estamos dispuestos a dar hasta nuestra propia sangre». “

La victoria de la nación anamita fue el gran tiro de gracia a los imperialistas yanquis y a todas las fuerzas reaccionarias del mundo.

La victoria de Vietnam, más allá de la obligada estampida del personal yanqui de sus bases y la embajada ante el colapso desesperado de abril de 1975, sujetos los elementos, a como diera lugar, a los patines de sus helicópteros,  dejó escenas que han pasado a la historia del fracaso de un imperio; pero es mucho más.

Esa victoria se agiganta con la pronta y sorprendente ubicación de Vietnam entre los países del sudeste asiático y de otros en el mundo, como una pujante economía y un desarrollo social y cultural impresionantes.

La República Socialista de Vietnam, reunificada, fue el gran tiro de gracia del pueblo vietnamita a los imperialistas yanquis y a todas las fuerzas reaccionarias del mundo que se confabularon para exterminar al heroico pueblo y su Estado.

Es el sueño realizado de un revolucionario cuya idea consecuente fue mantenida con tenacidad –no importa la dimensión del sacrificio– durante más de 30 años, la cual trascendería después de la muerte de su líder Ho Chi Minh, cuya fe en la victoria dejó sentado en su Testamento Político de este modo:

«Sean cuales sean las dificultades y penalidades, nuestro pueblo logrará la victoria total. Los imperialistas norteamericanos tendrán que irse de nuestro país… La patria será reunificada. Los compatriotas del sur y del norte se reunirán con seguridad bajo un mismo techo». Las palabras del Tío Ho (como cariñosamente le decían los vietnamitas a su líder), escritas tres meses antes de su muerte, fueron ley para su pueblo.

A lo largo de su combativa vida lo acusaron de utópico. El propio dirigente vietnamita comentó en sus escritos: «Un observador superficial, que asistía a los inicios de nuestra tropa de liberación, la calificaba de juego de niños o de invención de algunos utopistas… que armados con algunillos fusiles y una decena de machetes, se atreven a llamarse fuerzas y a tomar la carga de liberación de la nación».

En su llamado a la resistencia nacional el 20 de diciembre de 1946, el fundador del primer partido marxista leninista de Indochina instó a iniciar la contienda contra el colonialismo, con cualquier medio disponible. Dijo: «Quien tenga un fusil, que use el fusil. Quien tenga una espada, que use la espada. Y si no tiene espada, que use azadones o palos». Luego la lucha sería para enfrentar al imperialismo norteamericano.

Vietnam, hoy independiente y unificado, es  una de las causas revolucionarias victoriosas más sólidas, teórica y prácticamente, en la historia contemporánea de la humanidad.

En la etapa de la lucha contra el imperialismo yanqui Vietnam llevó a cabo lo que allí se conocía como la acción de «las tres puntas de lanza»: lucha armada, lucha política y penetración en la filas enemigas. En un momento de próxima victoria, se añadió un punto de lanza: la lucha diplomática. Ocurrió con las Conversaciones de Paz en París, donde una mujer vietnamita –Canciller de la fuerzas del sur, Nguyen Thi Binh– libró una inédita y victoriosa batalla diplomática en la capital de Francia. La lucha en el sur no podía ser desconocida.

Era un hecho irreversible, faltaba poco, entonces, para que los yanquis huyeran aterrorizados, y dentro de los propios Estados Unidos, exsoldados invasores de Vietnam clamaran por la paz; algunos de ellos cruzaron la frontera de América a Europa y denunciaron crímenes perpetrados por su ejército y la aviación en Vietnam. Ocurrió la denuncia durante impresionantes sesiones del Tribunal Russell, celebradas en Suecia y Dinamarca.

Los yanquis se equivocaron al pensar que podían debilitar a la nación vietnamita preparada por su fundador para soportar los más duros y prolongados sacrificios. Mídase una vez más el monto de los ataques del enemigo y se medirá el valor del pueblo vietnamita y su sabiduría. Solo los superbombarderos B52 arrojaron sobre Vietnam 1 600 000 toneladas de bombas, y el sur fue invadido por 540 000 efectivos yanquis, apoyados por un millón de soldados títeres armados por el Gobierno de Estados Unidos.

Pero Ho Chi Minh había convencido a su pueblo laborioso, modesto y tenaz, de que: «Nada hay más precioso que la independencia y la libertad».

El valor extraordinario de los vietnamitas y la sabia dirección del Tío Ho supieron ganarse la solidaridad en casi todas partes del mundo. Cabe a los cubanos, encabezados por Fidel, haber sido pioneros de esta acción solidaria. Los vietnamitas aprecian en todos los foros internos y externos el contenido sincero de una frase que resume la  entrañable solidaridad expresada muchas veces por nuestro Comandante en Jefe en los momentos más difíciles de la lucha vietnamita: «Por Vietnam estamos dispuestos a dar hasta nuestra propia sangre». A la vez que confiaba en todas las estrategias vietnamitas, incluyendo la diplomática, cuando parecía para muchos que era imposible realizarla y ganarla.

Hasta los últimos momentos de su vida el Tío Ho respondía a los que no creían en la victoria y en el futuro de Vietnam, que este sería diez o cien veces más hermoso en un futuro (hoy absoluta realidad). Y por si fuera poco subrayaba: «Hoy el saltamontes compite con el elefante; pero mañana, el elefante será destripado por el saltamontes».

Eso ocurrió y lo habían llamado una vez «utopista».

Honor inmenso para los cubanos que José Martí descubriera para los niños en La Edad de Oro, las característica de este pueblo, cuando escribió en su artículo Un paseo por las tierras anamitas: «También y tanto como los más bravos, pelearon y volverán a pelear, los pobres anamitas, los que viven de pescado y arroz y se visten de seda, allá lejos, en Asia, por la orilla del mar, debajo de China».

Así en payama de seda vi a Ho Chi Minh cuando lo entrevisté apenas tres meses antes de su muerte. Tendiéndome caballerosamente las manos para saludarme, me preguntó en perfecto español: «¿Cómo está Fidel? Yo siempre leo sus discursos, me gustan mucho».

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