La semana que termina marca un punto de inflexión en la historia moderna. El conflicto desatado en la frontera entre Rusia y Ucrania, como se ha encargado de señalar la mayoría de observadores internacionales serios, representa la materialización de un drama con una larguísima historia de incubación. Un conflicto que tiene a su base aspiraciones imperiales históricas de occidente (representado en el pacto militar Atlántico) sobre Rusia; un conflicto sin duda evitable hasta el mismo momento que iniciaron las acciones militares de escala, pero que debe explicarse y analizarse a la luz de aquello que los medios de prensa occidentales, unificados vergonzosamente detrás de un discurso y una línea argumental generada desde Washington y Bruselas, evitan a toda costa: la contextualización histórica, el análisis geopolítico con cierto grado de objetividad, y la revisión del comportamiento e intereses de las fuerzas en juego.

Mientras los medios fieles a Washington y a la Unión Europea centran la atención en el aspecto militar y geográfico, casi ninguno hace mención al tema central que mueve las guerras donde el imperialismo interviene o que este promueve: los intereses económicos, los recursos naturales explotables y la necesidad imperial de controlarlos. En este sentido, lo que los medios, con todo intencionalidad llaman guerra de Ucrania, o invasión rusa de Ucrania no es más que el resultado de la incitación y promoción permanente de un conflicto regional por parte de los EEUU y las grandes corporaciones gasistas y petroleras, con el fin de capturar un mercado que al inicio del conflicto era indiscutiblemente ruso, el mercado europeo del gasPara que las grandes corporaciones norteamericanas pudieran acceder a él era necesario en primer lugar eliminar al proveedor principal, que además ofrecía el producto de manera regular y a un precio que equivalía a la mitad (en algunos casos a la tercera parte) del precio ofrecido por las corporaciones estadounidenses, en las cuales, por cierto, está involucrada la familia del presidente Biden.

Al momento de escribir estas líneas, se conoce del inicio de negociaciones entre Ucrania y Rusia, luego de cinco días de operaciones militares que, a pesar de la propaganda occidental, fue evidentemente conducida como una operación limitada por parte de Rusia, que si otro hubiese sido el caso, hubiera podido ocupar Kiev en un par de días. Los medios masivos, otra vez, en lugar de promover informativamente los aspectos y detalles de las posibles negociaciones, abundan en el alarmismo generado por las advertencias de Moscú a la activación de su potencial nuclear ante posibles intervenciones militares de las potencias occidentales.

Intentaremos poner algunos de aquellos elementos en perspectiva, pero sin olvidar nuestra propia óptica, que no puede ser otra que aquella desde donde observamos y sufrimos la realidad, los países periféricos del sur, que por ahora observan el conflicto del este europeo con expectación, dudas y temores; los temores propios de sospechar que sus destinos podrían estar en juego en un lugar remoto del planeta sin que puedan hacer mayor cosa al respecto.

De aquellos polvos…

La caída del muro de Berlín, el desmoronamiento del bloque soviético y el fin de la guerra fría  entre otros grandes eventos históricos, provocaron la reconfiguración del orden mundial. Expresada en dos fases consecutivas; en primer lugar, la brevísima e ilusoria etapa unipolar, que no fue en realidad más que un corto periodo de transición, mientras se  reacomodaban diversas potencias emergentes cuyo desarrollo y consolidación demoró el tiempo suficiente para que ese vacío temporal lo ocuparan Washington y sus aliados, que esperaban que la percepción mundial comprara aquella narrativa del fin de la historia.

Era una expresión de deseos imperial: que el tiempo se detuviese y que ese conjunto de circunstancias concatenadas que habían abierto ese especie de agujero negro en la historia, se mantuviera inerte e inalterable en el tiempo. Por supuesto, eso no era más que una ficción insostenible, a pesar del enorme esfuerzo y gastos desde la academia hasta la manipulación mediática, y desde allí a la diplomacia y el exhibicionismo militar, para hacernos creer que el mundo tenia ya un solo dueño.

El truco solo duró hasta que aquellas fuerzas emergentes, lideradas por China, comenzaron a  configurar el actual mundo multipolar del que al día de hoy aún se siguen oyendo gritos de parto, y en cuyo marco se encuadra en buena parte el conflicto del este de Europa, con un imperialismo norteamericano en declive y degradación progresiva de su dominio hegemónico, desafiado desde aquellos días y sobre todo, enfrentando no solo nuevos frentes, sino viendo que fuerzas que había creído neutralizadas por un largo periodo, como por ejemplo Rusia, volvían a jugar un papel importante en la economía, el desarrollo militar y la geopolítica mundial, mientras China, verdadera némesis imperial, continúa consolidándose, sin apartarse de sus objetivos ni caer en provocaciones o ceder a presiones, como se vio en la presente crisis, donde las potencias occidentales no lograron que China se ponga de su lado o abandone los acuerdos estratégicos que mantiene con una potencia con la que comparte 4,700 kilómetros de frontera, denominada frontera de paz eterna.

Ya no se trata de fuerzas o gobiernos socialistas confrontados al universo capitalista, sino de las nuevas formas de disputa, esta vez con potencias capitalistas emergentes, en un mundo cada vez más inestable y multipolar, que además ve surgir esas fuerzas desde la periferia, como India, Brasil, Sudáfrica y varias naciones árabes, las cuales buscaban desarrollos autónomos de la hegemonía norteamericana, y nuevas condiciones de relación con Europa, Japón, etc.

El neoliberalismo vigente en la economía mundial a lo largo de medio siglo, que incluye las dos primeras décadas del milenio, afectó el conjunto de las relaciones internacionales transformando el comercio mundial, el tráfico entre fronteras y la vida en general, sin mencionar las gravísimas afectaciones económicas y sociales para los pueblos, en particular en los países de la periferia capitalista y el entorno circundante a los países de primer mundo, donde el drama de la miseria, las hambrunas, la violencia, la explotación y falta de empleos, la desesperanza en fin, forzaban a grandes masas hacia la migración.

Las reacciones de las potencias centrales fueron los cierres de fronteras, y sus consecuencias la muerte en las llamadas “pateras”, de quienes intentaban huir del infierno de las guerras locales y de la condena a la miseria endémica, tratando de llegar a las costas mediterráneas europeas desde África. En nuestra parte del mundo contamos los ahogados en el río Bravo, o los despedazados, caídos desde “la Bestia” intentando llegar a EEUU desde el sur, sin contar las masacres a manos de coyotes y narcotraficantes. Eso también es neoliberalismo. Pero esa parte es la que no cuenta la “historia del éxito” neoliberal.  

Fue al calor de aquella borrachera temporal del capitalismo, pero también de la revolución tecnológica en las comunicaciones, que los medios empezaron a hablar con mayor insistencia de un concepto nacido en los años 60 del siglo pasado, la aldea global, una forma de darle un nombre más “humano” a la brutalidad de la globalización o mundialización de la economía.

Debemos revisar lo que sucedía en la parte europea que hoy aparece en conflicto, pero queremos recordar que mientras en aquellas tierras del este europeo se incubaban conflictos que hoy estallan, en el sur global (no geográfico, sino en el marginal imaginario que separa las potencias centrales de sus dependientes) se presenciaban también graves dramas, entre los que podemos incluir las brutales invasiones “aliadas” a Iraq, los secuestros, torturas y asesinatos indiscriminados escudados en la “guerra contra el terror”, el desmembramiento sanguinario de Yugoslavia, el ininterrumpido esfuerzo bélico neocolonial por los recursos naturales de África, las incursiones e invasiones a Afganistán, los ataques sobre Paquistán, las injerencias desestabilizadoras en la India,  la impunidad garantizada a Israel contra Palestina, Líbano y todos sus vecinos, la destrucción hasta sus escombros de Libia, incluido el magnicidio de Gadafi, la agresión terrorista contra Siria, y por supuesto las implacables ofensivas contra todo intento de desarrollo relativamente autónomo en América Latina y el Caribe, que vieron así, golpes suaves y duros, invasiones (Panamá), magnicidios (Haití), guerras contrainsurgentes, aplastamiento de movimientos sociales, y apoyo a regímenes criminales, como el caso de Colombia, acosos y bloqueos asesinos como en los casos de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Todo tipo de ataques desestabilizadores y separatistas, como el caso de Bolivia, que incluye también el golpe fascista de 2019.

Ese es el conflictivo mundo que se desarrollaba mientras las nuevas potencias económicas emergían y se iban consolidando. En ese marco, la hegemonía imperial norteamericana, ampliada a su concepción atlantista, batallaba para controlar un mundo cada vez más incontrolable.

… llegaron estos lodos

Es en este contexto mundial que podemos intentar revisar algunos aspectos del conflicto europeo del este, hoy.  

Los lazos históricos, religiosos, políticos y culturales entre Ucrania y Rusia se remontan a varios siglos y aún antes de establecerse relaciones políticas y haber tomado parte en batallas militares en común, ya sus pueblos compartían vida y costumbres; de tal manera que es muy difícil para la población ruso parlante ucraniana sentirse extranjera respecto a la nación rusa. Un comunicado del Partido Comunista de la Federación de Rusia, fechado este 26 de febrero, se refiere a ambos pueblos como hermanos, y habla de una hermandad histórica.

Integrante de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, Ucrania declara su independencia en 1991, dos años después de la caída de la Unión Soviética. La ubicación geográfica coloca a Ucrania como país de frontera entre el este y el oeste, pero también su población se divide a lo largo de líneas nacionales, siendo pueblos eslavos sus orígenes hacia el este son rusos y hacia el oeste ucraniano, y así también se constituyen sus barreras idiomáticas y hasta religiosas, cristiano hacia occidente, ortodoxo ruso hacia el este. Cualquier conflicto, cualquier visión de poder absoluto que no contemple los intereses, necesidades y sensibilidades de ambas partes de ese cuerpo con dos almas que es hoy Ucrania, llevaría al conflicto, la intolerancia, la muerte, el sufrimiento y eventualmente la ruptura, posiblemente en dos estados. No sería nada nuevo, antecedentes violentos y pacíficos existen, como el doloroso y sangriento despedazamiento yugoeslavo, o el pacífico divorcio de Checoslovaquia.

Por lo tanto, no es la posibilidad de la separación en dos partes el problema principal en este caso, sino la potencial inminencia de un conflicto a escala mundial, o al menos continental en Europa y Asia. Todo ello a partir de la obsesiva intención de EEUU y su instrumento militar regional, la OTAN, de rodear militarmente a la Federación de Rusia, de tal modo que cualquier hipótesis de conflicto en el este de Europa asegure que el teatro de operaciones sea el territorio ruso. Para evitar esa posibilidad, ya desde los días de la desintegración de la URSS, los entonces dirigentes soviéticos habían pedido y obtenido garantías de parte de EEUU y la OTAN, de “no mover un centímetro” hacia el este las fronteras de los países del pacto atlántico.

La palabra de los imperialistas sigue valiendo lo que siempre ha valido, y hoy las fronteras de la OTAN no solo se movieron kilómetros hacia el Este, sino que de convertir a Ucrania en su socio, llegarían a las puertas de Rusia, con potenciales amenazas nucleares y misilísticas inaceptables  para Moscú.

A esto se debe sumar un importante elemento que los medios de derecha obvian, y es el carácter fascista, anti ruso, antisemita y xenófobo del golpe promovido por EEUU y la OTAN en 2014, que la prensa occidental llama la Revolución de la Plaza Maidan, pero oculta que no fue más que un golpe de Estado fascista, con intervención directa de altas personalidades del gobierno de EEUU, como los siniestros Victoria Nuland, John Mc Cain y de personeros de la OTAN, que aparecieron en las tribunas públicas junto a reconocidos criminales nazis ucranianos.

Se rompió el orden constitucional, se expulsó al presidente legítimo, que tuvo que asilarse en Moscú, y se promovió el terror y la masacre de civiles ucranianos de la etnia rusa, como  sucedió en Odessa, cuando hombres mujeres y niños fueron quemados vivos en el edificio conocido como la Casa de los Sindicatos, donde se habían refugiado huyendo de las bandas fascistas que, para asegurar que nadie saliera vivo, emplazaron francotiradores para liquidar a quienes eran evacuados para recibir atención médica en hospitales. Eso no se cuenta. Tampoco se cuentan las masacres en el Donbas, en su mayoría víctimas de origen ruso, a partir del incumplimiento de otro compromiso adquirido, el llamado Pacto de Minsk (2014), que pretendía poner fin a los enfrentamientos y asedio a los pobladores de etnia rusa en la región que alberga las dos repúblicas que acaban de ser reconocidas por Rusia, y que sirvieron de base para que las fuerzas de ese país pudieran iniciar su acción militar, desplazándose en virtud de un pacto de mutua cooperación y defensa con las nuevas repúblicas.

Causas y consecuencias

Es evidente que fracasados todos los llamados rusos a evitar el avance de la OTAN hacia sus fronteras, tanto EEUU como sus aliados europeos sabían que una reacción militar era casi inevitable. Por lo visto prepararon muy bien su aceitado aparato de propaganda mundial, asegurando establecer como narrativa prevaleciente en el mundo la idea de una Rusia agresora, invasora y guerrerista. Sin embargo, los movimientos militares rusos probaron que Ucrania era solo un peón desechable de OTAN y sus socios, utilizado como un agente provocador, pero por el cual la alianza no estaba dispuesta a avanzar más allá de los reclamos, la propaganda y el anuncio de sanciones.

Al mismo tiempo, los objetivos rusos han sido claros, y posiblemente se vayan cumpliendo, el primero es asegurar que la OTAN desista de incorporar a Ucrania, y que la frontera militar no se siga moviendo hacia el este; pero hay otro importante objetivo, la llamada desnazificación de un territorio plagado de nazis violentos y fanáticos, impulsados desde la presidencia de Ucrania. A juzgar por los llamados rusos al ejército de Ucrania, la baja intensidad aparente de las acciones, que han impedido a la prensa occidental (a pesar de que en verdad se esforzaron) mostrar zonas de catástrofes humanitarias, masivas afectaciones a zonas civiles, etc., etc., por el contrario, la mesura aparente, que demuestra el hecho de no haber entrado en unas pocas horas en Kiev, aunque su potencial militar se lo hubiera, sin duda, permitido.  El llamado parece más bien a fuerzas patrióticas ucranianas a deshacerse del gobierno fascista en turno.

Europa y EEUU, por su parte, bloqueados en el Consejo de Seguridad, decididos a no usar la fuerza en la medida que la potencia disuasoria rusa es evidentemente superior  (Rusia es el único que posee misiles subsónicos; 5 veces más veloces que los misiles occidentales que se desplazan a la velocidad del sonido), recurrieron entonces al anuncio de sanciones económicas, pero también allí se demostró la debilidad del bloque occidental. Mientras EEUU promueve sanciones extraordinarias, los europeos saben que esas sanciones, sobre todo en el orden financiero y en costos para su s propias poblaciones, serán también altos. Por eso los europeos han buscado limitar el tipo de sanciones. Por el contrario, en el caso de Washington, el impulso al conflicto representaba la única forma que desde el punto de vista imperial  se lograría paralizar las importaciones de gas a Europa, inutilizar el nuevo gasoducto NordStream 2, que reducirá aún más el precio del gas ruso abastecido a Alemania y el resto de Europa.

Como explicaba recientemente en un artículo de prensa un ingeniero cubano experto en el tema energético y residente en EEUU,

“Al ensamblar algunas piezas del rompecabezas, comienzan a surgir algunos ganadores claros en la crisis de Ucrania, haya un conflicto limitado u “operación especial” como hasta ahora o una guerra real a gran escala: las corporaciones multinacionales de gas y petróleo.

Y parecería que esta industria encontró al vocero más poderoso del mundo para representar sus intereses: el gobierno de los Estados Unidos y el seráfico presidente Biden, cuyo hijo Hunter Biden y Burisma Holdings (el mayor productor ucraniano de gas), son como decimos en Cuba “uña y carne”.

Chevron, ExxonMobil, Shell y varias más, junto a cientos de contratistas de perforación y suplidores de equipos que trabajan con ellos, quieren aumentar enormemente las exportaciones a una Europa sedienta de gas, pero Rusia y su empresa estatal Gazprom se interponen en el camino.

Actualmente, el gas natural ruso representa más del 30 por ciento de todas las importaciones a la Unión Europea. Las principales potencias de la UE, Alemania y Francia, obtienen el 40 por ciento de su gas de Rusia, mientras que otros países, como la República Checa y Rumanía, utilizan únicamente el de la nación euroasiática.

Para desalojar a la competencia y hacerse con una mayor o total cuota de mercado, las multinacionales necesitan frenar el abastecimiento de gas procedente del este.”

 http://elsiglo.cl/2022/02/27/quienes-se-benefician-de-la-crisis-en-ucrania/

Siendo este el fondo de las razones por las que las fuerzas de occidente empujaron las cosas hasta el punto de no retorno, también para Ucrania parece haber quedado claro que el apoyo de EEUU y la OTAN no era más que un discurso y que una vez estallado el conflicto, la única solidaridad recibida fue la propaganda que beneficia los intereses corporativos imperiales, algunos envíos de armas, y posiblemente la llegada de nuevos contingentes de mercenarios, contratistas de la empresa Academi (ex Blackwater, de Eric Prince), cuyos mercenarios entrenan nazis en Ucrania desde al menos 2014. Sin duda, no ha sido este reconocimiento de la falta de apoyo aliado,  un elemento menor en la decisión final de Ucrania de sentarse a negociar con la delegación rusa. Solo podemos aspirar a que la paz pueda ser restablecida, porque al fin y al cabo, son lo pueblos los que ponen las víctimas mientras las grandes corporaciones son las beneficiarias.

Para América Latina, y en general el llamado tercer mundo, el conflicto representa un escenario donde sus vulnerabilidades quedan aún más expuestas. Así, mientras el precio de hidrocarburos puede favorecer a unos pocos países productores, los pueblos sufrirán (y de hecho, ya lo hacen)  el alza masiva de precios no solo de los combustibles, sino un efecto inflacionario que afecta al conjunto de sus precarias economías, ya profundamente golpeadas por dos años de pandemia. El probable desabastecimiento de determinados productos no es descartable. Por ejemplo, el trigo (Rusia y Ucrania figuran entre los grandes productores del mundo), soja y cereales en general. Los minerales de diverso tipo también son de alta demanda en cualquier conflicto militar de alcance.

Para El Salvador, el hecho de vivir bajo un régimen altamente especulativo desde el punto de vista financiero, y que además haya dado un salto al vacío con la lotería fnanciera del Bitcoin, el golpe a su economía puede resultar brutal. El inicio del conflicto en el Este europeo significó inmediata alza del oro y la caída abrupta del Bitcoin y el resto de criptoactivos. Dado que el endeudamiento para la implantacion del criptoactivo fue público, se verá en las próximas semanas y meses su efecto devastador en las finanzas. El 27 de febrero a las 19:40, New York informaba que el bitcoin se negociaba por debajo de los 40 mil dólares y el ether cayó hasta un 9.4 por ciento a medida que se profundizaba la crisis de Ucrania, y las naciones occidentales imponían sanciones a Rusia.

Las reacciones en el continente ante el conflicto variaron, desde los gobiernos venales como el de Colombia que puso todo su empeño en sumarse a la campaña anti rusa promovida por Washington, hasta los países que abogaron por la aspiración más generalizada de los pueblos, la solución pacífica de un conflicto que solo trae dolor y sufrimiento al pueblo de Ucrania pero que además pone en riesgo la paz mundial.

Es de destacar dos lamentables ejemplos de hacia donde se orientan ciertas dirigencias que se autodenominan “progresistas” como fue el caso del presidente de Perú y el del presidente electo de Chile. En ambos casos, la postura ha sido vergonzosa, plegados al carro de los intereses imperialistas, transformándose en repetidores de alto nivel de la visión de las grandes corporaciones multinacionales de la desinformación, al servicio de los intereses de las petroleras estadounidenses, sus discursos poco se alejan de las de Duque en Colombia. Representan también un apoyo abierto a los sectores nazi fascistas  ucranianos, victimizados por los medios de manipulación masiva occidentales.