jueves, marzo 28, 2024
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Alí Primera: la canción necesaria

Empuñada por trovadores trashumantes, y de la mano de otras manifestaciones artísticas igualmente insurgentes, como la poesía,  la  canción  popular  mantuvo  siempre  entre  nosotros  su  indeclinable  vocación democrática

Los  cables  traen  la  triste  noticia:  Alí  Primera,  el  popular  cantante  y  compositor  venezolano, perdió la vida en uno de los cientos de accidentes automovilísticos que ocurren diariamente en Caracas, ciudad de tráfico infernal (con su más de medio millón de vehículos) a la que, con toda razón,  algunos  llaman  «el  garaje  del  mundo».  Tenía  al  morir  36  años  y  acababa  de  grabar un  disco  de  larga  duración.  Alí  había  alcanzado  fama  internacional,  sobre  todo,  con  sus  temas Casas de cartón y Canción bolivariana.

Algún día se escribirá la historia de la canción política en América Latina. Alí, que echó su corazón  y  su  voz  en  el  gran  río  del  pueblo,  y  que  hizo  de  la  solidaridad  revolucionaria  una patria, ocupará un lugar destacado en esa historia. «Si no hay  verdad en los cantores», dijo en una ocasión, «entonces no habrá verdad en el canto ni en mi esperanza». Uno de sus últimos lp se titulaba Al pueblo lo que es del César; allí se hablaba de «la canción necesaria», que «tal vez no llegue a dirigir los batallones, pero ayudará a formarlos».

Me  viene  a  la  memoria  la  célebre  consigna  que  lanzó  Pete  Seeger  en  uno  de  sus multitudinarios recitales neoyorquinos de mediados de los años sesenta: «Si alguna vez la pluma fue más fuerte que la espada, hoy la guitarra puede más que La Bomba». La orgullosa frase del gran  artista folk  norteamericano,  lo  mismo  que  el  epigramático  comentario  del  ecuatoriano Montalvo  cuando  supo  la  muerte  del  dictador  García  Moreno  («mi  pluma  lo  mató»),  tiene, desde  luego,  un carácter  traslaticio,  metafórico:  lo  que  ambos  querían recordarnos  es  que todo artista que lo sea de veras debe luchar, con los medios que le son específicos (y por los diversos y  a  menudo  paradójicos  caminos  que  escoge  el  arte  en  busca  de  su  destino),  para  que  la humanidad tenga un futuro, y para que ese futuro no sea ni una pesadilla ni un estercolero. (Aun así, a veces las metáforas sangran: Víctor Jara cantándole a la vida a cinco pasos de los fusiles que un instante después iban a hundirlo en la muerte es un ejemplo, y no el único, de que hay «guitarras» y «plumas» capaces, llegado el momento, de ponerles pecho a las balas en el sentido más recto y dramático de la expresión…).

A  fines  de  abril  de  1983  viajé  a  Venezuela,  vía  Panamá,  para  colaborar  en  un  proyecto cinematográfico.  Por  razones que  aquí  no  vienen  al  caso,  aquel  viaje  tenía  para  mí  tintes sentimentales. Y hubiera pasado las monótonas horas de avión y la tediosa escala panameña con la barbilla apoyada en los nudillos y la mirada perdida detrás de tercos fantasmas del pasado, si no  hubiera  tenido  la  inmensa  fortuna  de  encontrarme  con  Alí  en  Rancho  Boyeros:  Alí,  que retornaba  a  su  país  después  de  una  estancia  de  diez  días  en  esa  nueva  Capital  de  la  Gloria, Managua.

El tiempo se nos fue –y nunca la frase hecha fue más exacta– volando. Entre cervezas y cigarros,  hablamos  de  poesía,  salsa,  cine,  mujeres,  amigos  comunes,  la  nueva  canción, Nicaragua, la última novela de Otero Silva, los Andes (Mérida era mi destino final), y hasta de la tan llevada y traída República del Este (ese non sancto santuario caraqueño del Johny Walker  donde, entre  agudezas  y  saladitos,  algunos intelectuales lloran  lágrimas  de cocodrilo sobre sus veleidades revolucionarias de la década del sesenta)… Las carcajadas de Alí estremecían peligrosamente los aviones, primero el de Cubana y luego el de la aerolínea venezolana, cuando yo le pagaba con algún chiste de mi patio, los que él me hacía sobre margariteños (imitando a la perfección,  por  cierto,  el  habla  rápida,  bisbiseante  y  atropellada  de  los  naturales  de  Isla Margarita).

Nos  despedimos  en  La  Guaira,  con  un largo  abrazo  y  confiados  «Nos  vemos,  vale»,  «Nos vemos, chico». Quedaba en pie una mutua promesa: trabajar en la idea de un documental sobre la  nueva  canción  latinoamericana.  Alí  sentía  particular  atracción  por  el  cine;  después  de  todo, como dijo humorísticamente Woody Allen en alguno de sus libros, ningún ser humano escapa a la  fascinación  del  llamado  Séptimo  Arte,  excepción  hecha  de  los  cineastas,  porque  ellos  están obligados a almorzar y comer con y de él…

Durante varias generaciones, la canción popular latinoamericana se ha hecho eco, y a veces bandera, de las aspiraciones sociales y políticas de nuestros pueblos. Empuñada por trovadores trashumantes, y de la mano de otras manifestaciones artísticas igualmente insurgentes, como la poesía,  la  canción popular  mantuvo  siempre  entre  nosotros  su  indeclinable  vocación democrática. La Nueva Canción Latinoamericana –de la cual forma parte el Movimiento de la Nueva Trova– heredó, pues, una larga tradición combatiente.

Alí Primera, una de las figuras más carismáticas de ese nuevo modo de cantar –nuevo, pero afincado en una trayectoria de más de un siglo–, no se rindió al comercialismo. Jamás renunció a la inconformidad; jamás dejó de condenar la deshumanización del hombre en el capitalismo.

A pesar de las jugosas ofertas que le hicieron para que diluyera su arte en las inofensivas aguas de  la  música  facilona,  Alí  no  se  dejó  poner  jamás –como  dicen  los  venezolanos  de  aquellos artistas y escritores que no claudican– «el bozal de arepas».

Bob Dylan –que luego fue digerido por el sistema, y obligado a renegar de los valores que antes había sublimado– le advertía a un cantante cuya integridad estaba siendo resquebrajada con dinero: «Creo que cuando llegue tu muerte,/encontrarás que la plata que hiciste/no te devolverá el alma…». Alí Primera nunca fue rico, ni quiso serlo. Su alma permaneció intacta: el diablo de la música amelcochada y las letras banales no pudo comprarla.

Fuente: Publicado originalmente en 1985, tomado del libro De nube en nube.

PRECISIONES

Alí primera nació un 31 de octubre de 1941, le decían Alí porque sus abuelos eran árabes.

Fue compositor, poeta, activista político y militante del Partido Comunista de Venezuela.

Se le conoce como El cantor del pueblo.

En noviembre de 1973 ya figuraba como uno de los principales compositores y cantantes populares no solo del país, sino también de América Latina. Desde entonces y hasta la fecha de su muerte, grabó 13 discos de larga duración y participó en numerosos festivales en toda América Latina.

Desde ese año se incorpora a la lucha político-electoral en el Partido Comunista, apoyando a José Vicente Rangel con el llamado a la unidad nacional.

Al salir de su apartamento, el 16 de febrero de 1985, perdió la vida en un accidente automovilístico, ocurrido en la autopista Valle Coche de Caracas. Sin embargo, pese a que su acta de defunción y los reportajes de la época certificaron la causa de fallecimiento, aún en la actualidad hay quienes piensan que fue un atentado. Es considerado una víctima más de la polarización política del Gobierno de Jaime Lusinchi.

Fuente: Telesur/ Granma.cu

Un canto a la Revolución – Ali Primera

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